Seguro que me repito con alguna entrada anterior, pero
es inevitable tratar de trasladar las sensaciones vividas esta misma mañana en
mi paseo matutino por la sierra de Guadarrama. Puedo pecar de poco original,
seguro, pero realmente es un privilegio tan enorme lo que tenemos a escasos
treinta minutos del centro de Madrid que no me resisto a compartir el enorme
espectáculo que la naturaleza nos regala cada día.
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El año hidrológico estaba siendo seco en sus inicios,
pero parece que al final ha decidido cumplir con sus obligaciones, y traernos
el agua tan necesaria para la vida en tiempo y cantidad suficiente para que la
naturaleza haga todo lo demás.
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Hoy daba gusto oír el recital que el agua nos regalaba
descendiendo por los regatos de la sierra. Caía con fuerza inusitada, rompía en
las rocas, resbalaba en cada codo del caudal, clareaba en su descenso, incluso
la espuma que forma al golpear las piedras de su curso ofrecía una visión de
fuerza y vida que mantenía hechizada nuestra mirada. Era Juan Manuel, mi amigo
y compañero de andanzas matinales, quien comentaba que tendrá el agua y el
fuego que nos hechiza en sus manifestaciones más salvajes. Y que razón tiene.
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Hacía mucho tiempo que tal espectáculo no era ofrecido,
las últimas nieves y lluvias han desatado la furia del vital elemento, han
verdecido las laderas, lavado las ramas de los árboles, despertado el verdor
del musgo en las rocas, y los líquenes enseñan sus barbas que tapizan los
troncos que ascienden majestuosos buscando el sol que ilumina su grandeza.
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Un espectáculo sin igual, un regalo poco apreciado en
su majestuosidad, una sinfonía de bruscos rumores que invitan a la vida a
manifestarse en todo su esplendor. Hay un rincón especial, según asciendes por
el camino que ha de llevarte al Balcón de los Poetas desde las praderas de
Cercedilla, que merece especialmente la pena. Me refiero a la Ducha de los
Alemanes, una caída de agua salvaje que si normalmente apasiona a la vista, hoy
ofrecía todo un recital de sensaciones. No es sólo el espectáculo de las aguas,
es el olor a una tierra empapada, agradecida, preñada de vida. Es también la
orgía de colores que la luz incipiente del amanecer, a través del bosque, nos
ofrece para mayor gloria de los sentidos. Es un todo absoluto, algo que tan
próximo al hombre y tan lejano a la vez, una manifestación que por su
descomunal dimensión nos deja como especie en un miligramo de arena en tan brutal
grandiosidad.
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Soy un ser afortunado, aún queda en mí la capacidad de
estremecerme ante tal exposición de belleza, aún soy capaz de vibrar al
contemplar un espectáculo sin igual.
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