domingo, 30 de diciembre de 2012

El año que vivimos peligrosamente



En poco más de 24 horas habremos dado el finiquito a este año 2012. Ha sido un año duro, yo diría que el peor de los 50 que llevaré vividos en breves días. Ha sido el año que vivimos peligrosamente.
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El día 1 de enero del presente escribí una entrada en la que bautizaba a estos doce meses como el año solidario. No cabía otra, teníamos entonces por delante 365 días de dificultad máxima, con la crisis económica instalada entre todos nosotros, con las primeras medidas del incipiente gobierno del PP que ya apuntaban todo tipo de ajustes económicos y reformas mal enfocadas, con un año previo también desastroso y una herencia económica del anterior gobierno que no dejaba duda alguna sobre lo que nos podía esperar. El año ha sido mucho peor de lo que cualquiera pudiéramos prever, ha sido un año donde la amenaza ha sido constante y diaria, un año lleno de cesiones, concesiones, esfuerzos, desalientos, frustraciones, miedos y fracasos. Hemos vivido en el filo de la navaja y a penas si hemos llegado a su fin con un mínimo aliento y prácticamente ninguna esperanza como colectivo, como conjunto de la ciudadanía, como sociedad. Hemos resuelto cada jornada desde la incógnita de la desesperanza, desde la ecuación sin solución con un resultado negativo acumulado en el saldo de nuestras vidas, hemos tirado de todas las reservas, las habidas y las de por haber, hemos dejado las cuentas en números rojos, hemos alcanzado el final de este partido pidiendo la hora como los equipos que defienden un resultado justo, sin brillantez y agónico, y al final el balance ha sido malo, muy malo tirando a nefasto.
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Quizás podemos señalar con el dedo acusador a cada uno de los responsables de esta situación, todos ellos tienen nombre y apellido, todos ellos juntos se han sobrado y empeñado en hacerlo rematadamente mal para ahondar en la peor de las situaciones jamás vividas. Ya no hay diferencias notables entre los unos y los otros, da igual la ralea a la que pertenezcan son homónimos, siameses en sus incapacidades, convergentes en la falacia y el engaño, defraudadores y ladrones de esperanza, confianza e ilusión. Ellos, los de siempre, son los responsables de nuestros vértigos,  de nuestras miserias, de nuestra indigencia moral y material.
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Hemos vivido un año en constante peligro, en continua amenaza, con enormes dificultades, en jaque mate. Nadie nos ha ofrecido una solución, una balsa para salvarnos, un hierro candente donde asirnos. Todo son falsas justificaciones, vanas promesas, escusas sin sentido. Todavía hoy espero y deseo que alguno de ellos, da igual su posición, nos mire a la cara y sin tapujos nos ofrezca una verdad por incómoda y dolorosa que sea, que alguno de ellos salga al ruedo de los medios y manifieste que de esto no salimos solos, que hoy más que nunca necesitamos sumar el esfuerzo de todos, que nos agarremos los machos, que apretemos más los dientes y que de este pozo negro y profundo sólo salimos si nos ponemos todos a trabajar. Si tan sencillo como esto, tan cierto como esto, una única verdad, una única solución, un único ejemplo: trabajar, trabajar, trabajar.
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Se que es difícil, que las fuerzas ya están en los límites, incluso por debajo de ellos, que la fe la perdimos ya hace mucho tiempo, que las penurias a todos nos aprietan, que las dudas son muchas y muy inciertas, que el agotamiento individual es aún más grande, pero lo único que podemos hacer, lo único de valor que podemos ofrecer como individuos es nuestro trabajo, nuestro esfuerzo, nuestro compromiso. De este carro o tiramos todos o reventamos a los bueyes, de este carro o empujamos ahora como nunca o morimos todos en el intento.
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Me gustaría que las cosas fuesen de otra manera, me gustaría cerrar este año que hemos vivido tan peligrosamente diciendo, pensando y sintiendo que lo peor ya paso, pero muy a mi pesar creo que aun esta por llegar, y tengo el convencimiento de que o arrimo aún más el hombro o el año próximo a estas alturas estaré lamentando que por insuficiente el esfuerzo fue baldío, y la situación en la que pueda estar aún será más dolorosa y apremiante.
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Del 2013 hablaremos en un par de días para darle la bienvenida, pero como adelanto: no me gusta, no me gusta.
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Disfrutar de estas fiestas, despedir como se merece al año que ya termina, darle el pasaporte y hacer una fiesta como ofrenda al que tan mal nos lo ha hecho pasar, no ha podido con nosotros y en su fin está nuestro triunfo. 
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jueves, 6 de diciembre de 2012

Dolce far niente



Dolce far niente (dulce no hacer nada) o el arte de la vida relajada y ociosa. Dejar expandir el holgazán que llevo dentro.
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Rindo hoy homenaje a todos aquellos que han hecho arte de tal disciplina, de tal forma y manera de entender la vida. Rindo público homenaje a los que libremente han elegido la felicidad que proporciona disfrutar, un día si y otro también, de ver pasar el tiempo sin sentimiento de culpabilidad, por todo aquello que podría estar haciendo y no le da la gana hacer. A todos aquellos que disfrutan simplemente por el hecho de estar e incluso no ser, a todos los que sin importarles nada deciden contemplar la vida sin vivirla en primera persona.
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Lo digo yo que añoro a diario esta facultad que no tengo, quien día tras día batalla con la vida sin concesiones, sin aliento ni tiempo para terminar todo lo que deja pendiente cada jornada. Lo digo desde la malsana envidia que me produce sentirme un inútil funcional, incapaz de parar más de cinco minutos seguidos para contemplar lo que a mi alrededor ocurre, o simplemente, parar para regalarme un disfrute de cualquiera de los cinco sentidos en las mil y una manifestaciones que nos ofrece la vida sin tener consciencia de ello.
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Dolce far niente, quimera inalcanzable, paraíso del infatigable hacedor de nada, lupanar de la contemplación, prostíbulo del siempre mil veces ocupado, pecado de muerte para el hacendoso, tentación inalcanzable para el afanoso creador de la vida mísera sin ocio ni dispendio, entelequia del yo superlativo generador de riqueza material y vacío espiritual.
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Dolce far niente, golpea con fuerza la aldaba del portón de mi alma, entra e invade todo mi ser, y permite que me abandone en tu lecho de pereza e indolencia, envenena mi voluntad, y arrástrame a una vida ajena al débito del esfuerzo, celo, tesón, ahínco y desvelo.
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Dolce far niente, rapta para siempre mi determinación y conquista mi persona para doblegar mi albedrío, y convertirme en tu más incondicional y leal servidor.
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Dolce far niente, a ti te ofrezco los años que aún han de llegar para redimir los excesos de la necedad de una vida sin premio ni recompensa.
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