Sustraigo parte del título de la última novela de
Arturo Pérez-Reverte (El Tango de la Guardia Vieja) para introducir la entrada
de hoy.
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Con una calidad técnica admirable en su escritura, con
una documentación exhaustiva y rica en detalles para describir ambientes y
personajes, con una doble narración de historias pretéritas que confluyen en un
tiempo ya pasado, Arturo Pérez- Reverte maneja una historia turbia de amor,
traiciones y espionajes, recorriendo cuatro décadas del siglo pasado, convulso
y fascinante.
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Entre la luz crepuscular de una época ya extinguida,
en sus páginas descubro el fascinante mundo del tango, el de la Guardia vieja. Una
melodía más rápida, más cortada, más fiel a los orígenes de un género que nace
de la mezcla y fusión de la cultura de emigrantes europeos (italianos, españoles
y polacos principalmente), descendientes de esclavos africanos y nativos de la
región.
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En los arrabales de Buenos Aires, en Barracas o La Boca,
en tugurios de baja estopa, quilombos peligrosos, fulanos con aíres de
compadrón trasnochado, saco apretado, bigote espeso, el ala de los sombreros
caídos sobre los ojos y pañuelos de seda
anudados al cuello, hampones de la noche dueños y señores de las milongas,
bailan con las minas, mujeres seductoras y de dudosa respetabilidad algunas, melodías
sensuales expresiones de los más íntimos sentimientos.
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Son ellos los que mandan y dirigen los tiempos, sus
pasos, los quiebros, los giros, los toques y enrosques, sacadas, los traspiés y
las infinitas salidas. Ellas acompañan, siguen los pasos, obedecen en las
quebradas, responden a los cortes, se anticipan a la orden de un ademán apenas
perceptible, representando una resignación de hembra sin posibilidad de fuga. Y
todo ello configura una estampa que desborda sensualidad, casi lujuria y porque
no decirlo lascivia liberada entre un hombre y una mujer.
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Enrique Santos Discrépolo, uno de los máximos poetas
del Tango, lo definió como un pensamiento triste que se baila. El argot que se
utiliza, el lunfardo, la lengua del arrabal, está lleno de expresiones
italianas, africanas, aimaras, lombardas, francesas, gallegas, que se fusionan
entre sí para construir poemas del desamor, desengaño, amor y deseo.
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Me gusta este mundo depravado. Reclama mi atención,
mis sentidos, este mundo lejano de historias fabuladas, de historias
incontables, de sórdidas historias de amor, de venganzas, de duelos barriobajeros,
de peleas mortales en los arrabales. Me gusta ese mundo más auténtico en las
mentiras de la vida, más puro en los sentidos, más cierto en sus pasiones.
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Es el tango de la guardia vieja, es el tango de los
quilombos, en los arrabales de la vida.
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2 comentarios:
¡Vaya! Pensaba leerlo, claro está, pero después de tu crítica, ya es insoslayable. Saludos.
La espalda sigue tonta y yo amortizo escritos antiguos. Este de hoy corresponde a una cena, como siempre solo, en Santiago de Chile y pertenece a la entrada llamada Mnemografías (una de las primeras entradas de este blog) , cuaderno de viajes por Iberoamérica.
Noche Triste de Carlos Gardel en una grabación de 1918.
Como solo y mi soledad se acompaña de Tangos en un remedo de la calle Caminito. Una pareja, pegada por la cara, baila los pasos de un acto íntimo hecho público por la desvergüenza del tango.
Gardel suena con las imperfecciones de los registros antiguos y algunos se animan para acompañar a los profesionales en la seducción del baile.
Si yo tuviera un corazón,
El mismo que perdí…
Buena letra para un cuelgue.
¿Lo perdí? ¿Lo tengo todavía, perdido en el olvido de los sueños que mi trabajo hizo imposibles? ¿Se perdió en la realidad de una felicidad tangible ajena a los sueños de un corazón que sólo ve lo imposible? ¿Cuántas preguntas le caben a una vida? Probablemente todas. Y le caben todas las respuestas que llenaron las historias, tristes, de los tangos más famosos.
El tango, para ser tango, debe conectar con la miseria anímica del perdedor, del amante rechazado y de la venganza que el destino, fiel al cantor, ejecutará algún día.
Me evado del tango y me voy a dormir. El sueño es un tango quieto que puede bailarse sobre el aroma de una copa de vino que no tiene compañera para brindar.
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