Existe un subgrupo dentro del grupo de mayores en la
especie humana que proliferan en los pueblos de la sierra de Madrid durante los
meses de verano. En concreto me refiero a la población existente en el pueblo
de Alpedrete, que aparecen en los primeros fines de semana del estío y migran
de nuevo a sus hábitats naturales cuando el mes de septiembre despunta en el
calendario.
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Son un peligro para el resto de sus conciudadanos, y
año tras año responsables de altercados, incidentes menores, atascos, colapsos,
fricciones y cualquier despropósito que podamos imaginar. Son situaciones
temporales que se reducen cuando el verano va tocando a su fin, y que desaparecen
durante el resto del año, especialmente cuando el frío cruel del duro invierno se
apodera de esta zona de nuestra comunidad.
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Los yayos motorizados actúan siempre en pareja, ambos
miembros son responsables por igual de un comportamiento carpetovetónico,
imponiendo sus leyes allá donde acuden y saltándose a la torera cualquier norma
de convivencia. Son un auténtico peligro para el resto de la especie,
imponiendo porque sí sus criterios y razones sin ceder un ápice en sus
posiciones.
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Tienen una edad comprendida entre los setenta años y
hasta donde la naturaleza les da fuerzas para mantener sus costumbres de antaño,
aún conscientes de la pérdida absoluta de sus capacidades y habilidades para
realizar actuaciones que hoy deberían estar olvidadas y prohibidas en su
imaginario. Circulan por las calles del pueblo a una velocidad aún inferior a
los límites recomendados, paran sin previo aviso donde les place, estacionan
siempre en doble fila con el único objeto de no andar ni un solo metro hasta el
establecimiento que buscan, dejan sus automóviles en lugares prohibidos
estrechando sobremanera las vías, desprecian los aparcamientos públicos por
estar más lejos de cincuenta metros de su destino, capaces son de parar en
plena calle para intercambiar saludos con algún miembro se su especie
despreciando al resto de la humanidad que educadamente esperan hasta que ellos
decidan dar por terminada su conversación.
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Dentro de las tiendas o establecimientos, no respetan
las filas y los turnos, su rango de edad les confiere de una falsa autoridad
para colarse impunemente al resto de sus vecinos. Dan por descontado que el
resto somos infrahumanos y especialmente los lugareños que deberían
reverenciarles por el simple hecho que hayan escogido su pueblo para premiarnos
con su presencia durante varios meses al año. Son déspotas en las formas y en
los fondos y cuando alguien les hace ver su erróneo comportamiento, se refugian
en el respeto a los mayores como argumento falso para imponer su voluntad. Si
ellos no responden a las normas de la convivencia difícilmente pueden solicitar
un privilegio que con su actitud no les corresponde.
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Como siempre, hacer generalidades suele ser un
ejercicio de injusticia, en todos los grupos existen excepciones muy dignas,
pero la mayoría de todos ellos corresponden a este patrón y si me apuran a
situaciones y actuaciones aún más graves.
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Estamos hoy a dos de septiembre, y en breve veremos
como poco a poco nuestros pueblos se verán despoblados de un grupo tan
corrosivo y peligroso para el resto. Pasarán los meses y la débil memoria de
los humanos olvidarán que acechando quedan los yayos para volver el próximo
verano a imponer de nuevo sus leyes.
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Por edad me acerco irreversiblemente a este subgrupo,
al menos tengo la intención y la esperanza de alcanzar esos años, pero desde ya
pido a los que son más jóvenes que yo que al menor síntoma que declare mi
comportamiento de acercarme a este grupo me lo hagan ver con absoluta
determinación, sin ningún tipo de rubor y con la más absoluta de las
sinceridades, será muy bueno para todos ellos, pero aún mejor para mi propia
persona.
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2 comentarios:
Yo también los he visto, :D
Es verdad que proliferan cada verano y no sólo en los pueblos de la comunidad de Madrid, son una especie difícil de eliminar.
Un abrazo.
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