Bueno aquí estoy de nuevo. A poco más de un día para mi onomástica, y como viene siendo habitual desde que inicié mi andadura en este blog, cada mes de enero de un nuevo año y coincidiendo más o menos con el día de mi cumpleaños acudo aquí para compartir lo que hice en el año de mi vida que ya terminó, o por lo contrario a manifestar públicamente los nuevos compromisos para el siguiente.
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He de reconocer que la entrada del año pasado me dificulta mucho expresar algo que sea distinto y realmente interesante. Ya hice por entonces una declaración que bien podría valer para este y los sucesivos, a riesgo de parecer pedante, aquella me quedó redonda y podría extrapolar la misma año tras año.
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Por añadir algo creo que me faltó un poco de realismo. Me centré más en aquello que la edad que uno cumple te da en términos de personalidad y olvide mencionar, probablemente con toda intención, en lo que la misma edad te quita. Quiero recordar, y esto es algo que los años te van restando, la memoria, que muy lleno de mi ofrecía una imagen de absoluto control sobre lo que uno quiere y no quiere ser, lo que uno puede o no puede decir, lo que uno termina o no por hacer, sin importarle mucho, o cada día menos, lo que los demás piensen, opinen o manifiesten. Sinceramente así es, te haces mayor y te sientes con las licencias suficientes para ser cada día más tú mismo sin preocuparte mucho de agradar a los demás, es mucho más grato sentirse bien con uno mismo y si para ello dejas de ser políticamente correcto pues que le vamos a hacer. Pero es cierto que además de todo esto, a la edad que uno ya ronda le asociamos, no sin cierto mérito, un caudal de achaques físicos difíciles de negar. Siempre se dice en tono de guasa, que a partir de una edad la mejor manera de comprobar que sigues vivo es que cada mañana cuando te despiertas descubres un nuevo dolor o molestia en tu cuerpo, y el día que ya no es así es que te están rezando el requiescat in pace.
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No voy a negarlo, cada amanecer, cada despertar, es un reconocimiento médico global antes de levantarte de la cama. Abres los ojos y antes de desperezar tu cuerpo intentas averiguar por donde va a llegar el ataque letal. Desde un brazo que se ha dormido en una mala posición, con un sopor mayor al resto del cuerpo, y que nunca antes lo había hecho a traición y con nocturnidad. La espalda que desde el cuello hasta la rabadilla, en toda su extensión, puede ofrecerte un muestrario variado de dolores más o menos intensos. Las cervicales de las cuales y hasta ahora, a no ser que fueses médico o derivado de las ciencias sanitarias jamás habías tenido noticias directa de su existencia, la tos del fumador en mi caso, pero que es más seca, ronca y contundente, un ojo que te llora, una pierna dolorida por un tirón traicionero en plena madrugada, un mareo sin tener mayor motivo, o un dolor de cabeza que te ha hecho compañía desde que te acostaste la noche anterior. Sin mencionar toda la colección de molestias que te pueden regalar tus vísceras por no ser puntilloso y cuidadoso con la comida, bebida y hábitos saludables que seguramente tu médico te ha recomendado ya un centenar de veces con la amarga coletilla de “hay que cuidarnos un poco más, ya no somos unos chavales”, razón más que justificada por la que dejas de ir a verle y esperas leer un día cualquiera, con mucha paciencia, su esquela en uno de los diarios nacionales para vengarte y justificar que al fin y al cabo él era por lo menos diez o quince años mayor.
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Si esto es lo bueno de cumplir años, estas jodido pero sigues vivo. No me quejo, no quiero dar esta impresión, sería incierta y muy alejada de la realidad. Creo además que a pesar de todos estos achaques y alguno más que dejo de mencionar, estoy en general bien. No padezco ninguna enfermedad grave y una vez que la maquinaria se pone en marcha tengo un aceptable pasar. Todavía hoy no me cuestiono cambiar los hábitos de vida, incluso muy al contrario pienso que puedo y debo dar mucha guerra. Físicamente sigo en condiciones generales óptimas y capaces de mantener un tono suficiente como para no renunciar a retos y esfuerzos que me confirman una plenitud suficiente para hacer casi cualquier cosa. Pero tampoco he de negar que la convivencia con mi cuerpo esté cada día llena de avisos, que para mi desgracia adelanta una fatiga imparable de los materiales.
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En casi treinta horas cumpliré uno para cincuenta, el último año de una década más, el año previo a una nueva decena que espero superar y compartir con todos vosotros. Espero que no sea muy diferente al que termina, que mantenga un buen humor, mejore como persona, que sea feliz, que haga felices a todos los que me rodean y quiero, y que cada mañana al despertarme algún achaque me recuerde que sigo en el mundo de los vivos, lejos aún del viaje sin retorno, del último viaje.
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