De vuelta en casa. Se terminaron las vacaciones y en dos días vuelta al tajo. Finalmente y a pesar de todas las alertas naranjas y unas pocas amarillas decidí que bien merecidos estaban unos pocos días de descanso sin nada que hacer. Disfrutar de la playa, del mar, del pescadito frito, de buena lectura, de mis hijos, esa asignatura pendiente durante todo el año, y porque no decirlo de que te lo den todo hecho y no preocuparte de nada más que de las cosas poco útiles e intrascendentes.
.Han sido una decena de días mal contados, pero realmente suficientes para desconectar del trabajo, intentar no leer mucha prensa y alejarme del océano de malas noticias económicas, políticas, sanitarias y sociales. Ha sido un tiempo que he dedicado principalmente a lavar la mente y el alma, puse en marcha la lavadora de ideas, sentimientos, y sensaciones, configure el programa más avanzado y duradero y dejé que la máquina hiciese su trabajo. Necesitaba volver a las las labores cotidianas del día a día limpio como las patenas. En ese estado donde las neuronas se adormecen casi hasta la más absoluta de las inactividades, sólo quedo despierta mi capacidad de observación y el don de la curiosidad. En mis paseos solitarios cada tarde, o los que en compañía de mi hija dábamos por las mañanas de cada día por la playa, me dediqué a observar y me imagino que ser observado. Pero he de reconocer que además de atender las conversaciones inacabables de Belén, tiene el don de la palabra y la capacidad de hablar sin cesar horas y horas, de cualquier tema, y son muchos los que a una niña de escasos diez años le preocupa y le interesa, mi tarea principal ha sido escudriñar a la gente. Han sido exámenes visuales y auditivos profundos, han roto en mi la perplejidad y la capacidad de sorpresa en muchas ocasiones, y me han empujado en todas ellas a realizarme infinidad de reflexiones, aunque todas se resumían en la misma, la estética del verano.
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No quiero ser excesivamente crítico, no se trata de comparar estilos de vida, estilos de vestir, de comportarse, no es mi intención valorar lo que debe o no debe ser, pero realmente si es cierto como conclusión que el verano tiene su propia estética, o mejor dicho en muchos casos su falta de estética. En primer lugar he de reconocer que quizás el calor, el sol, la luz, el tiempo libre, la sensación de libertad que en vacaciones nos acompaña, libera muchos de nuestros frenos sociales que nos acompañan durante el resto del año. Estoy convencido que algún mecanismo químico o biológico se pone en marcha en nuestros cuerpos cuando les mandamos la señal de que iniciamos nuestras vacaciones. Deben de existir miles de inhibidores bioquímicos que se toman un merecido descanso en este periodo, dando rienda suelta a una absoluta sensación de libertad en la toma de nuestras decisiones. Cualquier mecanismo de autocontrol es destruido. He visto de todo, he visto las combinaciones de colores más estrambóticas imaginables, he visto pañuelos en la cabeza de señores que se disfrazan de piratas en la playa y con más de 33ºC, seguro que poco cómodo e incluso poco higiénico. me ha parecido ver trocitos de tela a modo de bikinis o bañadores estilo Speedo para ellos, marca que hizo furor en los jóvenes cuando el Meyba era el bañador de nuestros padres, no sólo el Sr. Fraga los usaba, en cuerpos que realmente deberían ser más tapados que lucidos, al menos por un pudor ajeno, evitar al resto de la especie humana tan dantesco espectáculo; he visto glotonería, comer como si de la última comida en vida se tratara, he visto beber hasta saciar la sed de todo un año. He podido ver a señores y señoras jugar en grupo con sus animadores, ellos grandes profesionales, a juegos infantiles, fútiles y pueriles. He visto competir como si de salvar la vida se tratara, por un premio ten valioso como un mechero, llavero, gorra o camiseta con el logotipo del hotel. He visto casi de todo y casi nada bueno. Que nadie se confunda, he pasado mis vacaciones en un destino muy digno, en un hotel nada barato, y con un ambiente a priori muy normal. Daba igual que se tratara de señores o señoras, jóvenes ellos y ellas, locales, nacionales o extranjeros. Estoy seguro que la mayoría de ellos gente con cierta responsabilidad profesional, respetables padres y madres de familia, niños bien, y algún que otro soltero y soltera de oro. No se trata de poder adquisitivo, de capacidad económica, es una cuestión de la estética liberadora a la que el verano nos invita. Creo que es un sentimiento extremado de liberación, creo que es una contraposición al formalismo del resto del año, estoy de vacaciones y en vacaciones todo vale. No es que trate de reivindicar el traje de lino y la camisa blanca en la playa para ellos, y los trajes de chaqueta para ellas, eso es sin duda antiguo, poco práctico y excesivo. No se trata de recrear los ambientes de los balnearios de principios del siglo pasado, pero en el término medio está la virtud, seguro. Uno tiene que ser tal cual es en invierno como en verano, uno es uno mismo siempre y en cualquier circunstancia, y dar cierta rienda suelta a los instintos es sano, estoy a favor de ello e incluso lo aliento y apoyo en muchas ocasiones. Pero ese sentimiento de libertad, de dejarnos ir, no es incompatible con una estética menos extrema, menos atrevida, llamativa y en la mayoría de los casos hortera.
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Yo mismo he sucumbido a esa llamada de la estética y en un ejercicio deliberado decidí no afeitarme y dejar crecer una barba anárquica y canosa en gran medida. No quiero decir que por ello me haya sentido un libertino, pero como gesto de refrenda de mi libertad y oposición a la obligación diaria del resto del año, el hecho de no afeitarme reafirmaba mi sensación de estar de vacaciones sin necesidad de pañuelo en la cabeza, combinación de colores chillones en mi vestimenta, Speedo o braguita náutica, como en mis tiempos se conocían estos bañadores, o juegos infantiles para llenar las horas muertas que a lo largo de un día de asueto se suceden. No tengo ni edad, ni cuerpo como para hacer nada de todas estas cosas, y lo mejor de todo ello es que no tengo la necesidad de cambiar mi estética para saberme liberado de mis responsabilidades diarias.
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Para terminar un dato: "Millenium", en cualquiera de sus tomos, ha sido el libro del verano. En cualquier hamaca, en cualquier toalla extendida, se veían en miles los tomos I, II y III. Los he visto en inglés, francés y alemán, ha sido un éxito editorial, pero más aún en gran éxito de marketing.
1 comentario:
Las vacaciones sacan el peor "lirismo" de cada persona o mejor aún, se demuestran tal y como son. El invierno, el trabajo y las grandes ciudades nos igualan a todos bajo el traje y la corbata. Una vez que te quitas el uniforme diario qué mejor que disfrazarte con lo que te gustaría ser. Horteras, fashion victims y "nuevos ricos de marcas imitadas" llenan la canícula en nuestras playas.
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