domingo, 1 de febrero de 2009

Por el boulevard de los sueños rotos


El título de esta canción de Joaquín Sabina me sirve hoy para hablar de sentimientos, de ilusiones, de frustraciones, de planes y proyectos incumplidos. Lo que a partir de aquí empiece a fluir en forma de palabras escritas, nada tiene que ver con la letra de esta composición. Es una buena escusa para tratar de rescatar de la memoria algo de todo aquello que he dejado en las cunetas de la senda de la vida.
Hace pocos días celebraba mi cuadragésimo sexto cumpleaños; más, mucho más de lo que será la mitad de mi vida. Es un hecho que en mi familia tenemos el mal gusto de no emular a Matusalén, y somos todos de recorrido corto. Por lo tanto, me encuentro en un punto donde puedo empezar a contar y enumerar todos aquellos proyectos que se quedaron en el limbo de los sueños.
Hay una célebre frase de uno de los grandes genios de la música de todos los tiempos, John Lennon, que me puede dar píe y ayudar a entrar en materia: “La vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes”. Sin duda alguna esto es así de cierto, y así de sencillo.
Desde una temprana edad, pasados los tiempos que uno quería ser futbolista del Real Madrid, o torero para emular las hazañas de los diestros de la época: Paco Camino, alguno de los hermanos Bienvenida, Palomo Linares, o quizás bombero, policía, héroe nacional, internacional e intergaláctico, y todo tipo de profesiones sujetas a la aventura y el riesgo con su correspondiente reconocimiento mundial, mi primer sueño profesional con cierta consistencia fue aspirar a convertirme en el Dr. Joe Gannon español y patrio, formar mi propio Centro Médico, y ser el gran doctor que todo lo cura y todo lo puede, y romper todos los corazones femeninos que seguramente caerían a mis pies enamoradas perdidamente de mis conocimientos, mis encantos y todos los dones que como aquel apuesto doctor reuniría en mi persona. Lástima de selectividad, el que apuntaba a genio de la medicina quedose en aprendiz de una ciencia mayor y más importante, pero mucho menos lustrosa y vistosa socialmente hablando, la biología. Esta fue sin duda alguna la primera gran sensación de derrota, el primero de los sueños rotos que he ido acumulando en mi vida.
Hay más hitos que recordar, alguno de ellos lejano en el recuerdo, de un pasado cercano al primero. Recuerdo vivamente una vocación pasajera para ser misionero laico en campamentos de verano en el continente africano. Otro plan incumplido, otro sueño de juventud aparcado en la cuneta, y en esta ocasión agradecido a los dioses, porque el sueño pudo terminar en pesadilla. Después de gestionar todos los documentos y a falta de alguno de los papeles que tardaron en llegar, descubrí que aquella experiencia veraniega, que debía ser suficiente para saciar toda mi sed de benevolencia, voluntariado y cooperación con el tercer mundo, se convertía ante mis ojos en un acuerdo y contrato con la organización para los siguientes cinco años de mi vida. Hoy no sé todavía si aquel equívoco resuelto a tiempo fue una señal para cambiar por completo el destino de mi vida. Seguramente en aquel momento salvé mi futuro de ejecutivo de medios de comunicación y empresas de publicidad, pero algo me dice dentro de mi que de haber llegado el dichoso papelito hoy viviría en África y estaría volcando todas mis energías y esfuerzos en los más necesitados.

Pero si hay algo que de verdad he dejado en mi camino, algo que ni tan siquiera he tenido el valor de empezar, es sin duda alguna la posibilidad de escribir un libro, una novela, un relato de la vida. Llevo años, muchos ya, mintiéndome sobre esta posibilidad, dejando transcurrir los días, buscando excusas para empezar siempre mañana. En el fondo o en la superficie es sólo miedo, miedo a no saber como hacerlo, miedo a no tener nada que contar, miedo a descubrir que mi mayor anhelo no es practicable por falta de talento, por reconocerme la incapacidad total y absoluta de recopilar y enlazar con cierto sentido, con cierto ritmo, la infinidad de hechos y sentimientos, que tantos otros trasladan a un papel con una facilidad pasmosa, con un acierto absoluto, con un resultado asombroso en todos los casos. Durante mucho tiempo me he afanado en leer todo tipo de libros, todo tipo de relatos, artículos en revistas, en periódicos, he buscado diferentes tipo de lecturas, he intentado empaparme de todo lo que en mis manos ha caído, y siempre con el último objeto de soñar que yo también algún día podría enlazar palabras, que una tras otra terminarían dando vida a una creación que llevaría parte de mi. Cada vez que termino un libro descubro la fascinación que despierta en mi el autor, la autora, ya no tanto por lo que me ha contado y lo que he sido capaz de vivir a través de sus páginas, me fascina la idea del poder que demuestran al llenar decenas, cientos de hojas en blanco con historias que retiene al lector, en este caso a mi mismo, entregado en cuerpo y alma, robando tiempo al tiempo para abstraído de la mundana realidad pasar a ceder mi voluntad a la voluntad del autor. Que envidia, y al mismo tiempo que incapaz, que falta de tener algo realmente interesante que contar. No quiero parecer petulante, creo tener la posibilidad de conocer la técnica, de aprender lo suficiente para elaborar técnicamente un escrito, me imagino que habrá que ser infinítamente modesto y dejar en el camino miles y miles de hojas sin sentido, miles y miles de horas dedicadas a aprender a no acertar con lo que escribes, pero si creo que como muchas técnicas al final puedes llegar sino a dominarlas, si a tener un nivel suficiente como para hacer algo no demasiado desdeñable. Lo peor sin duda es tener algo que contar y que interese a alguien más que a uno mismo. Esa es para mí la verdadera esencia, eso es para mí el único secreto, y este es el verdadero anhelo de mi vida, es el gran proyecto que jamás haré y el que más me dolerá dejar en la cuneta.

Habría alguno más, otra frustración secreta es no haber aprendido a tocar bien algún instrumento musical, en especial el piano. He soñado muchas veces despierto que tocaba un piano en un bar de copas, sólo por afición, un rato alguna noche en solitario. Llegar al bar, pedir permiso al encargado, un gin tonic junto al piano y jugar durante un par de horas con las notas de canciones como “As Time Goes By”, o “My Way”, Sinatra y Bogart en estado puro.

No hace muchos días mi hermano el pequeño me dijo que esto de publicar en el blog lo que escribo tiene una peculiaridad, y es que quizás desnudo mucho mi alma. No le quito la razón, y ahora que estoy contando parte de esos proyectos incumplidos, me doy cuenta que estoy haciendo algo más que matar el rato escribiendo, estoy haciendo un striptease de mi alma, pero como todo buen stripper guardo para mi lo mejor, o al menos lo más íntimo, y siento dejaros con la miel en la boca, siempre es bueno guardarse para uno mismo una parte de lo que uno es o ha llegado a ser en todos estos años, o una parte de lo que no es y ya no será nunca.

Termino hoy con otra cita, esta vez de un político y escritor irlandés, Jonathan Swift que dijo aquello de: “¡Ojalá vivas todos los días de tu vida!”, y añado yo que en toda tu vida no dejes en la cuneta nada de lo que realmente quieras hacer.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Siempre habrá cosas en la vida que pudiste hacer y que no hiciste, es creo uno de nuestros problemas. Lo importante no es lo que NO haces sino lo que hiciste y haces día a día, y si con el paso del tiempo después de ver lo que no se ha hecho descubrimos que somos felices.
Otra cuestión será definir que es la felicidad, pero eso te lo dejo a ti que te explicas mucho mejor que yo.
A propósito, mi profesor de Teoría de la Literatura en la Facultad llegó el primer día de clase y formuló la pregunta en la que se desarrollaría toda la asignatura y que ahora te hago yo a ti: ¿Qué es la literatura? Nos esforzamos cuando pudimos para intentar dar una respuesta clara, coherente y siempre había algo que fallaba, entonces, ¿quien dice que no seas capaz de crear literatura? ¿quien dice lo que es y lo que no es? yo te animo a que lo hagas, seguro que te sorprendes. Además ¿quien dice que tu historia no gustará?
Cuando tenía ocho o nueve años, después de la cena, mi padre se sentaba en el suelo del salón y mi hermana y yo nos sentábamos a su lado y empezaba a decirnos: "no os he contado cuando luché contra los indios...". Que gran literato era mi padre, horas sentadas mirándole embobadas esperando el final de la historia. ¿Quién me dice a mí que eso no es literatura?