Hay veces que uno escribe
simplemente por el placer de hacerlo. Otras por la necesidad de expresar
sentimientos, y en mi caso algunas pocas porque al poner negro sobre blanco me
ayuda infinitamente a esclarecer mis ideas, mis opiniones, o graduar de forma
justa y equitativa mis sensaciones y estados de ánimo.
Hoy es uno de esos días donde
necesito aclarar un par de términos muy fáciles de confundir y mezclar
inadecuadamente, ambos estrechamente ligados entre sí y que a menudo
confundimos y erramos en su correcto uso.
He buscado la definición y
significado de ambos términos para ayudarme a comprender mejor la diferencia
existente. Ambos hablan de la alteración del estado de ánimo cuando aquello que
deseamos, esperanza, se va evaporando sin ser alcanzado. En el caso de la
persona desesperada ésta percibe que su estado no puede en rigor seguir
soportándose, y por tanto hay que hacer algo, fuera esto lo que fuese. En
cambio la persona desesperanzada está convencida que su situación puede seguir
así indefinidamente, acepta de facto que ya nada ha de cambiar.
Se parte en ambos casos de la
pérdida de la esperanza, pero los estados anímicos son o están bien
diferenciados. La persona desesperada va a intentar cambiar la situación que le
empuja en la dirección contraria al logro que se proponía. Se revelará ante los
frenos que aparecen en su camino, peleará por producir los cambios necesarios
que le ayuden a conseguir el objetivo perseguido. Algunas veces el propio ímpetu
derivado de su estado hará que cometa errores, o que las situaciones contrarias
se compliquen en mayor medida. Pero en sus reacciones mantendrá vivo su
espíritu para no aceptar aquello que no
quiere, y en la búsqueda de soluciones encontrará el necesario estímulo para
mantener viva la última esperanza de lograr lo propuesto.
La persona desesperanzada ha
agotado todos los recursos necesarios para conseguir su anhelo. Realiza un
ejercicio de aceptación, abandona la pelea y se ve inmersa en un sentimiento
completo de melancolía inherente al estado de fracaso y la ausencia absoluta de
esperanza.
Efectivamente no tengo muy claro
si uno pasa de estar desesperado a estar desesperanzado o viceversa, o como
dice el dicho si fue antes el huevo o la gallina. Si de mi hablo creo que el
orden correcto es que la desesperación antecede a la desesperanza, y que ésta
última es el último extremo de una situación que retrata perfectamente el
sentimiento de una falta absoluta de esperanza.
Y ésta desesperanza tiene todo que
ver con el momento social y político que nos ha tocado vivir en nuestro país, y
también porque no decirlo mucho que ver con el tiempo profesional que acumulo a
mis espaldas en estos últimos años.
Lo segundo es particular e irrelevante
para el resto de los humanos, sólo a mí me compete y pocas soluciones tiene,
quizás la única es la de cambiar de aires y buscar en un nuevo proyecto todo lo
que mi actual empresa no es capaz de ofrecerme. Ya hace algunos meses entendí
que desesperadamente podría luchar para intentar cambiar todo aquello que no me
gustaba en el pasado, no me gusta en el presente y nunca jamás me gustará ni
entenderé, También es cierto que al final de esa pelea comprendí que nada iba a
conseguir, que mi batalla estaba perdida antes de iniciarla y al final me
invadió una desesperanza que aún hoy sigue instalada en mí. Pero de ello no es
momento hoy comentar, lo dejo en mi haber y el día que sea capaz de cambiar mi
estatus profesional recuperaré la ilusión hace ya meses perdida.
Realmente lo que me ocupa y
preocupa es estar desesperanzado en lo referido a nuestro país. No entiendo de qué
forma y manera hemos alcanzado, o mejor dicho he alcanzado este sentimiento. No
veo solución a la infinidad de problemas que nuestra sociedad padece hoy. No
encuentro alternativas políticas que recojan en sus propuestas tesis suficientemente
atractivas y creíbles para poder apostar por ellas. No hay fórmulas mágicas, lo
sé por la experiencia de vida acumulada, pero en el pasado siempre he
encontrado postulados que con un porcentaje elevado de éxito nos procuraban y ofrecían
a la ciudadanía en general soluciones más que aceptables para poder
evolucionar, generar bien estar, avanzar y crecer como sociedad e individuo.
Hoy ocurre todo lo contrario, hemos involucionado en la mayoría de los éxitos
sociales ya conseguidos. Hemos perdido los valores básicos del ser humano y de
la sociedad. Nos hemos mimetizado como camaleones con las peores doctrinas
posibles, hemos destruido lo mejor de nuestro pasado más reciente, y somos
incapaces de generar las bases mínimas adecuadas para las generaciones futuras.
Hemos mancillado lo poco o mucho que con tanto esfuerzo de toda la ciudadanía
habíamos logrado, y no tenemos ninguna oferta de valor que ofrecer y ofrecernos
para el futuro de los más jóvenes e incluso nuestro propio futuro.
Ésta desesperanza que hoy me
invade no es exclusiva de mi persona, se ha instalado en una gran mayoría que
deambula sin rumbo y perdida dando pasos hacia no se sabe que, ni para qué. No
identificamos meta alguna al final del camino, y lo poco que podemos intuir no nos
gusta nada. Lo peor de todo esto es que además en este océano revuelto surgen
nuevos visionarios que se atribuyen no sé muy bien que derechos para prometer y
engañarnos con quimeras imposibles. No me gustan aquellos que quieren pescar en
un banco inmenso de peces atolondrados y timoratos, faltos de referentes,
cansados de veleidades y mentiras, estafas y engaños, para conducirnos a un paraíso
falso que han inventado con el único objeto de su propio beneficio.
La sociedad se perdió hace tiempo
en el laberinto construido por poderes fácticos capaces de manejar los hilos de
cientos de miles o millones de marionetas, de muñecos de trapo, de seres con el
alma perdida. El túnel no tiene luz en su salida o si la hay aún no se ve su
destello, permanecemos parados, estáticos como en las viejas estaciones de tren
de pequeños pueblos donde la oscuridad era la única compañera hasta la llegada
del alba. Sin luz al final del trayecto no existe esperanza alguna.
Debemos recobrar nuestra ilusión,
estamos obligados a encontrar fuerzas donde ya no quedan, busquemos nuestros
últimos alientos para dar un primer paso en otra dirección, en la dirección
opuesta a la que hoy vamos. De la desesperanza es imposible salir sólo, hay que
ir en compañía, buscar aliados con principios sólidos, aunque sean dispares,
apoyarnos unos en otros, no desechar lo aprendido, lo bueno construido, seguir
adelante guiados por la convicción de que una vez más, este país, esta sociedad
puede conseguir todo aquello que se plantee y que merezca la pena. Lo hemos
hecho en el pasado, lo podemos hacer en el futuro.
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