Salí de casa como cada mañana temprano, muy temprano. Hacía frío, de noche aún por el madrugón de cada día, el reloj de pared había dado las seis y media antes de cerrar la puerta y dejar a mi perro en el jardín. Llevaba en mi boca el segundo cigarrillo del día, abrí el coche, encendí el contacto y consumí el cigarro antes de ponerme en marcha. Sé que madrugar me ayuda a evitar el gran atasco de entrada a Madrid, las luces de otros coches iluminan ya la autopista en ambas direcciones. En poco más de media hora estaré entrando en la ciudad y en unos minutos más pararé para comprar el periódico en el mismo quiosco de cada mañana camino de la oficina. Tercer cigarro de la mañana, una pequeña charla con el quiosquero, aún no conozco su nombre todo se andará, para comentar el día tan desapacible que ha amanecido hoy, el cierre de los aeropuertos en media Europa, allí si que hace frío, la huelga de los controladores o las últimas medidas de este nuestro gobierno.
Continué el pequeño trayecto que ya me separa de la cafetería donde me espera el cafetito caliente para terminar de despertar mi mente, la sonrisa cómplice de la limpiadora que repasa mañana tras mañana la misma puerta, las mismas ventanas desde la calle y seguro que antes ha terminado con el suelo, mesas y sillas de dentro, siempre impoluto todo, siempre del agrado de los pocos clientes madrugadores que allí coincidimos. El cálido buenos días de Ángel detrás de la barra, siempre pendiente de cada uno de los que allí desayunamos cada mañana, sin tiempo a mi comanda se dirige solícito a la cafetera para preparar uno largo de café, con leche templada.
Casi el mismo ritual de cada mañana, saque las gafas de la chaqueta, abrí el periódico, eché el azúcar al café y empecé a empaparme con las noticias del día. Normalmente estoy entre veinte minutos y media hora, es un pequeño lujo que paga con creces el despertarme casi de madrugada. Desde hace unos días falta algo, desde hace unos días ya nada es igual, no es redondo, existen aristas que arañan el excelente momento de tranquilidad y sosiego que acompañaban ten inmenso deleite. Ya no hay un cenicero en la mesa, ya no experimento el placer de beberme el café de cada mañana acompañado con ese cigarro que realmente disfrutas, de los pocos que los fumadores saboreamos realmente, el cigarro que sabe bien, muy bien desde la primera calada.
Había leído ya la última columna en la contraportada, el café se terminó en las páginas de deportes, pero hasta que no alcanzo el final del periódico no salgo de la cafetería hasta la mañana siguiente. Fue un acto reflejo, un hecho inconsciente, la costumbre me traicionó. La mano derecha dentro del bolsillo de la chaqueta sacó un cigarro, sin pensar y como un autómata la izquierda acompañó el gesto sacando del pantalón el mechero. Sólo un clic para encenderlo y el murmullo de fondo se convirtió en un denso silencio. Desde distintas ubicaciones de la cafetería, diez pares de ojos se centraron en mi persona, alguno sacó su móvil del bolsillo como si de un revolver se tratará. Ángel se deslizo por la barra hasta el teléfono detrás de la máquina registradora. Me quedé inmóvil, ya era tarde, muy tarde, el cigarro encendido ardía en mi boca. No sabía muy bien que hacer, si tirarlo al suelo y salir corriendo sin decir nada, no sabía si disculparme con Ángel por el error cometido, o como si uno de los magos que tanto me gustaban de chico voltearlo con la punta de la lengua, meterlo en mi boca y salir disimulando a la calle. No hubo tiempo, en mi parálisis, en mi indecisión, perdí unos minutos de oro, cuando levante la mirada hacia la puerta una patrulla de la Policía nacional estacionaba subiéndose a la acera con las luces de alarma encendidas. Salieron del coche dos policías a la carrera, las puertas abiertas, pistola en mano entraron en la cafetería y lanzándose uno de ellos contra mí, me derribó de espaldas contra el suelo con el cigarro resbalando por la comisura de mis labios y quemando mi camisa como una prueba más de mi delito en su caída hasta el suelo. Una bota aplastó sin miramientos el que hasta hacía unos pocos días era un inofensivo compañero de desayuno, hoy la prueba que me condenaba públicamente como el peor de los delincuentes. Salí esposado a la calle, me esperaba un viaje a una comisaría y la pertinente multa por atentar contra la salud pública. Hoy soy un proscrito, la gente me mira mal, todo el mundo cuchichea y murmura a mi paso, soy fumador, soy una lacra social.
Esto que he relatado exagerando en su parte final, es lo que pienso, siento e imagino que podría pasa a cualquier fumador desde el pasado día 2 de enero. Sé que no es así, pero he buscado el absurdo de una situación ficticia e inventada para intentar compartir mi punto de vista sobre la nueva ley antitabaco. Creo que ya sabéis que llevo muy mal las prohibiciones de todo tipo, las intervenciones de los gobiernos o el estado que interfieren de forma directa sobre la libertad del individuo, siendo consciente que las leyes están para cumplirlas y que se realizan buscando el bien de la mayoría. Hace pocos meses realicé una entrada donde me anticipaba y ya pedía perdón por ser un delincuente en potencia.
Creo que está bien regular los lugares donde se puede fumar o no. Entiendo que el gobierno quiera lugares públicos libres de humos, pero no me gusta nada que el gobierno quiera legislar sobre negocios particulares, al fin y al cabo los bares y restaurantes donde hoy esta prohibido fumar no dejan de ser propiedades privadas, montadas con capital privado y todos ellos abiertos después de pagar las licencias oportunas del Ministerio de Sanidad y de las administraciones locales. Nadie puede abrir un local de cara al público sin estas licencias, y por cierto no son baratas. No se puede cambiar las reglas en la mitad de un partido. Si ha de ser así seguro que existen mediadas alternativas antes de una prohibición absoluta. No entiendo que el 100% de los bares y restaurantes tengan que ser para no fumadores, nada digo de hospitales, colegios, centros de deporte municipales, transportes públicos y cualquier lugar donde además asistan de forma natural y frecuente menores de edad, no he necesitado nunca una ley para saber que no se debe fumar y que hay que respetar a los no fumadores y ejemplarizar a los niños. Como decía, no entiendo porque el gobierno se entremete en una actividad privada sin dar alternativa posible. Puedo comprender que a partir de la fecha cada nueva licencia que se otorgue conlleve la prohibición de fumar en el establecimiento, podría entender una serie de incentivos fiscales para aquellos propietarios que quisieran cambiar su licencia a un establecimiento de no fumadores, pero dejaría siempre la libertad de que el dueño de un negocio privado dejara la posibilidad de fumar en su local. Yo elijo donde como, o donde quiero tomar un café, o una copa por la noche, y si decido entrar en un sitio donde se puede fumar asumo mis consecuencias. Siendo fumador no he entrado en muchos sitios porque el ambiente estaba muy cargado, o incluso me he salido de algún bar por el olor a fritanga, pero también es verdad que llevo comiendo fuera de casa muchos años y he compartido restaurantes donde la gente fumaba dos mesas más allá y no me he sentido agredido, ni he sentido que yo agrediera a nadie si encendía un cigarro. Hay muchos locales donde el tema del humo y los olores están muy bien resueltos con extractores sin perjudicar un buen ambiente. Incluso últimamente he comido en peceras, rodeado de mamparas para no molestar al resto de comensales, y creo que era una solución compatible para todos, para el que no fuma, para el que fuma y para el empresario que había realizado una inversión y un gasto extra para no perder su clientela. Hay mucha gente que ofrece como solución las terrazas para el fumador, incluso hoy en una emisora de radio la Ministra de Sanidad y la comunicadora de un programa jaleaban esta solución, es una opción más europea e incluso una oferta de ocio más chic dirían ellas. Vale, ¿pero quién vuelve a pagar la licencia al ayuntamiento para abrir la terraza todo el año?, y además no todos los bares y restaurantes tienen esa posibilidad por su ubicación física en las ciudades.
Sinceramente si este es el país con mayor número de bares y restaurantes de toda Europa, yo diría que de todo el mundo, no sería mucho más lógico que hubiese locales para unos y para otros, locales con humo y sin humo. Creo que uno debe ser libre para elegir si le dan la opción, la pluralidad y el talante debe de ir en todas las direcciones. No quiero entrar en el debate del dinero, del coste para la sanidad que representa la comunidad de enfermos derivados del consumo del tabaco. Si se trata de un tema económico, si no quieren enfermos de tabaquismo y enfermedades derivadas por el gasto que representa para el estado, que lo prohíban del todo, que terminen con la venta, con las máquinas expendedoras, con los estancos, que no se de la opción de la compra.
Como podéis comprobar soy fumador, un fumador cabreado como me imagino muchos más, creo que soy respetuoso con el no fumador, intento no molestar si hay alguien realmente cerca que se puede sentir mal por mi culpa, no enciendo el cigarro y espero a que la situación sea más propicia en muchas ocasiones. No quiero imponer a nadie mi forma de vida, ni mis humos, pero me gustaría que me hubiesen dado la posibilidad de elegir donde y como quiero tomar mis cafés, comer o cenar cuando estoy fuera de casa y tomar esa copa de muy tarde en muy tarde. Hoy ser fumador es ser un delincuente, hoy ser fumador es ser una lacra social, ser un marginado de la peor ralea, terminaremos siendo clandestinos, y a lo mejor el día de mañana cuando seamos una minoría antisocial algún gobierno progresista se fija en nosotros y nos devuelve a la sociedad.
Termino, me muero por un cigarro, estoy en casa, estoy sólo y puedo conscientemente fumar sin riesgo de ser detenido, al menos por ahora.
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