sábado, 23 de octubre de 2010

Sevilla



Estoy enamorado de su luz, de su olor, de sus rincones, de sus calles, de su plaza de toros, de la Torre del Oro, de la Giralda y su Catedral. Me estremezco de emoción cuando entro desde los Reales Alcázares, a través del patio de Las Banderas, en el callejón del Agua, en la Judería. Me vuelve loco pasear por las callejuelas del Barrio de Santa Cruz, me emociono como un adolescente enamorado en Triana, disfruto como en pocos sitios paseando por el Parque María Luisa y por la Plaza de España.

Por motivos de trabajo he pasado tres días en Sevilla esta semana, y como ya he dicho me declaro públicamente enamorado de esta ciudad. No soy capaz de trasladar a través de las palabras los sentimientos que produce en mí pasear por ella a cualquier hora del día de la noche. Cada vez que he ido he descubierto una ciudad nueva y distinta, cada vez que me he perdido por sus calles he vivido una ciudad diferente, y siempre vuelvo con el mismo sentimiento de añoranza, de querer volver para quedarme.

En esta ocasión he tenido la posibilidad de cenar una noche en el restaurante Abades Triana, al píe del rio Guadalquivir, en frente de la Torre del Oro y con unas vistas impresionantes de la Catedral. Un espectáculo único, lo de menos fue la cena, lo que realmente es impagable es disfrutar de la vista privilegiada que desde allí se disfruta a través de sus ventanales. Hay cosas que uno se tiene que regalar al menos una vez en la vida, y creo sinceramente que esta es una de ellas.

Pero si de aquí salí impresionado, aún quedaba una experiencia cuanto menos igual que esta o incluso mayor. Al día siguiente en un recorrido por la ciudad, disfrazado de juego para enseñar las distintas maravillas a compañeros de otros países que allí nos hemos concentrado, paramos a media tarde para tomar una copa, en mi caso siempre un Gin Tonic, en la azotea de uno de los hoteles más cool de la ciudad. La terraza del Hotel EME Catedral de Sevilla es única por su ubicación, a espaldas de la Catedral, en la calle Alemanes, con la Giralda pegada a la fachada del hotel, te ofrece un espectáculo incomparable. Si ya a esas horas la impresión es mayúscula, me imagino que en una noche de primavera, en esa misma terraza, con la Catedral iluminada, y con el embriagador olor a azahar que la ciudad de Sevilla te regala, la experiencia ha de ser casi mística. Sinceramente lo recomiendo con la misma intensidad, seguridad y convencimiento de que yo he de volver, no se que primavera, para regalarme tan exquisito placer.

No lo puedo esconder, no lo voy a negar, si alguna vez me pierdo y de mi no volvéis a saber, ir a buscarme a Sevilla, seguro que me encontráis sentado en esa azotea con mi Gin Tonic en la mano, la mandíbula caída, la mirada perdida, extasiado en un placer rayando el onanismo y autista del resto del mundo.

1 comentario:

Unknown dijo...

Por mi suerte, tambien conozco Sevilla, y cada zona tiene su peculiaridad. Me gusta Sevilla y su gente. Lo que más me impacto, y parece tonteria, son los naranjos que decoran sus calles.
Sus medias tapas, sus tapas y sus raciones (con una casi comen dos) regadas con unas manzanillas. Sobre todo, cuando desde la plaza del Duque de la Victoria, caminas por la calle peatonal de San Eloy, cubierta de toldos desde los tejados creando una zona agradable de paseo.
En fin, como bien explicas, Sevilla tiene un algo especial que la hace diferente a las demás.