domingo, 15 de agosto de 2010

La cásida de la princesa. (Antomio Martínez Beneyto)


Ni triste, ni leches. Esta princesa jacarandosa disfruta de sus vacaciones en su playa privada. No sufre porque derrocha dinero, amistad y belleza. Aletargada por el calor se deja mecer en la orilla por las olas. Mediterráneo forjado en miles de culturas; esculpido a base de cruentas batallas; recordado en innumerables obras de arte.
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Siete guardianes como los siete arcángeles del Corán la guardan a buen recaudo. Para su padre ella es su mejor tesoro. La educó a medio camino entre Oriente y Occidente; consiguió conformar en ella un gusto refinado por las bellas Artes; la alentó para que desde corta edad descubriera los beneficios de la competición deportiva.
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Ni triste, ni leches. Esta princesa disfruta de cada uno de los segundos que Alá le proporciona. Un verano de descanso después de terminar su carrera en “la Sorbona”. Acompañada de amigos y amigas que gozan de la hospitalidad del jeque. Fiestas, yates, cenas y paseo a lomos de puras sangres árabes traídos, entre algodones, a nuestro país. Días interminables de compras, noches agotadoras en las mejores discotecas de la costa.
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Ni triste, ni leches. Esta princesa jolgoriosa disfruta en la playa privada con los sables de sus guardaespaldas. La hacen sentir plena en continua comunión con la naturaleza. Goza, llora de placer, siente tocar el cielo con cada uno de los poros de su cuerpo. Ellos vuelcan toda su energía en servirla y en disfrutar. Tocar, mirar, compartir, sentir.
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Ahora si está triste la princesa. El verano murió partido por un rayo. El jeque se enteró de los juegos playeros de su primogénita. Se acabaron las compras, las fiestas y los paseos en barco. Los siete sables descansan desinflados sobre la arena. Ella volvió a su país cubierta de una mazmorra textil de color negro dispuesta a entrar en una habitación en palacio bajo la promesa paterna de que no volvería a salir.
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Pero que leches. La princesa se recuperará de la tristeza, su padre le volverá a otorgar la gracia de su libertad, y encontrará otros siete guardianes con los que jugará en alguna playa privada bañada por el Mediterráneo.
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3 comentarios:

Jorge Martínez Beneyto dijo...

Gracias Antonio por tu colaboración a mantener vivo el blog en los momentos de mayor sequía. Espero que mantengas las buenas costumbres y compartas con todos más relatos.
Un beso.

Juan Manuel Beltrán dijo...

Muy bonito, aunque me temo que ese final feliz es más soñado que posible: las cárceles de tela son duraderas bajo el imperio de la espada y la media luna y la princesa tiene más probabilidades de recordar el tacto de la arena en su piel que de volver a sentir el sol calentando sus corvas de cierva libre. JMB

Anónimo dijo...

JMB, totalmente de acuerdo. Pero si nos ponemos así podríamos contar otra historia donde la princesa no la han dejado estudiar, sufrió con seis años la ablación del clítoris y está condenada a casarse con un anciano, forrado eso sí, de 70 años. Saludos