jueves, 7 de mayo de 2009

La tiranía de los adolescentes



El pasado jueves comí con una amigo al que llevaba varios años sin ver, aproximádamente unos tres años. Son de esas amistades que se forjan en el entorno profesional, y que a través del respeto mutuo hacia la persona y al compañero de trabajo, y con el roce de muchas horas de trabajo compartidas se labra una relación que crece además sustentada también por compartir actividades comunes en el tiempo de ocio.

Como es lógico después de tanto tiempo sin noticias directas uno del otro, la primera parte del ágape lo dedicamos a recordar los tiempos pretéritos y a ponernos al día de amistades comunes de las que él o yo habíamos dejado de ver por distintos motivos, y que entre los dos podíamos aportar sus nuevas situaciones personales y profesionales. Condimentamos el segundo plato con algo de trabajo, no podía ser de otra manera más cuando ambos trabajamos en el mismo sector y podemos encontrar puntos de encuentro para futuras colaboraciones, y terminamos a los postres hablando de nuestros hijos. Mejor dicho fue casi un monólogo de mi amigo y no por otra razón que la de la experiencia y la ventaja de los años de diferencia entre los suyos y los míos. Él es algo mayor y sus hijos están en la edad de la adolescencia el menor y la juventud temprana la mayor.

Le escuché sin interrupciones, prácticamente sin parpadear y sin salir de mi asombro. En sus palabras no dejaba entrever amargura, ya casi ni desesperación, era una descripción fría y sin sentimientos de ningún tipo de una serie de hechos, vivencias y actos que han jalonado sus últimos meses. Mi amigo es una persona recta, tampoco estricta, es dialogante, muy de sus principios, es una persona inteligente y con una gran formación humanista, si es cierto que es claro y directo y algunas veces este tipo de personas pueden ser considerados hirientes porque al ser franco no siempre agradan con sus palabras. Creo firmemente que es un hombre familiar, enamorado de su mujer, enamorado de sus hijos, respetuoso con sus padres y suegros, hermanos, cuñados y demás familiares. Aclaro todo ello porque muchas veces pensamos, y me incluyo el primero, que en las relaciones entre padres e hijos la intransigencia, el principio de autoridad de los primeros dificultan los diálogos, los encuentros, y las soluciones a los problemas de la convivencia.

Vaya por delante también que los hijos de mi amigo no son delincuentes, drogadictos, pendencieros, borrachos o maleantes. Son chicos normales, de una familia estructurada de clase media, sin problemas de desarraigo, económicos, traumas infantiles ni nada que se le asemeje. Pero realmente lo que me comentó era una guerra sin cuartel: la imposición de los criterios adolescentes siempre y por derecho, la no colaboración, el continuo enfrentamiento, la apatía, la negación a la relación, la imposición de sus verdades como únicas válidas y aceptables, la confrontación con los deberes, la imposición de sus derechos.

Ilustró la conversación con ejemplos dispares, con situaciones de toda índole, con trascripciones de absurdos diálogos, con broncas, peleas e incluso amenazas suyas hacia ellos. Era un hombre derrotado, aceptaba el fracaso pero a la vez se negaba por puro criterio el sentimiento de culpabilidad. Lo ha intentado todo y nada ha funcionado.

No es el único caso que todos conocemos, cualquiera de nosotros, en sus entornos más cercanos conoce casos similares, e incluso mucho más graves y preocupantes. Algo no estamos haciendo bien. Estamos fracasando en una parte fundamental de nuestras vidas. Si sé, y comparto, que todos hemos pasado por épocas parecidas, donde la razón sólo podía estar de nuestro lado, si sé que la sociedad evoluciona y que los comportamientos varían, sé que hoy en día a la adolescencia y la primera etapa de la juventud se llega con mucha más información que en nuestras épocas, que tienen una mayor posibilidad de vivir experiencias nuevas que nosotros descubríamos en edades más avanzadas, que Internet, las redes sociales, las nuevas tecnologías han hecho posible unos nuevos parámetros de aprendizaje, de relación, de ocio y diversión. Pero también sé que nosotros aceptábamos mejor las normas de convivencia, que peleábamos por nuestros avances, pero a la vez respetábamos los principios de nuestros mayores, que todos hemos cometido errores y de ellos hemos aprendido, con ellos hemos forjado nuestra personalidad, pero también es verdad que no imponíamos la negación como principio de relación, dialogábamos mucho más, aceptábamos opiniones, reglas y decisiones aún siendo todas ellas contrarias a nuestros intereses.

No eramos tiranos, jugábamos nuestras partidas conscientes de que unas veces se ganaba y muchas otras perdíamos, pero de cada victoria hacíamos valor de lo conseguido y de cada derrota obteníamos una lección aprendida para la siguiente vez. Nosotros fuimos los primeros demócratas en una época de dictadura, nuestra generación la que llego muy tarde a muchas cosas y muy pronto a muchas más, entendimos que la única manera de conseguir cualquier objetivo, por muy revolucionario que fuese, por muy novedoso y progresista que pudiera aparentar, se lograba con la negociación, el diálogo y el respeto para ambas partes.

Algo estamos haciendo mal, seguro. Hoy todo es más fácil en la vida, en todos los sentidos, y la sensación de fracaso, la sensación de derrota ante los nuevos tiranos es generalizada. Quizás deberíamos plantear una nueva revolución, pero esta vez a la inversa, un golpe de timón y cambiar los esquemas y los principios de la relación para derrocar la nueva tiranía, para vencer en la lucha contra los adolescentes. Abajo los tiranos.

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