domingo, 26 de abril de 2009
sábado, 25 de abril de 2009
¡ Vito al Patro San Jordi !
El título de este escrito es un “viva” que se grita cada mes de abril en las fiestas de mi pueblo por herencia. Ya os comentaba el primer día mis orígenes levantinos por parte de padre, y es en su pueblo natal, entre otros más de la provincia de Alicante, donde se celebran las fiestas de Moros y Cristianos. En Banyeres cada año, en este mes se celebran las fiestas en honor de su patrón San Jorge. He traído un resumen que he encontrado en la página web del ayuntamiento de Banyeres de Mariola, http://www.portademariola.com/ de lo que son las mismas, y así podréis tener una ligera idea de lo que realmente se celebra y como se reparten los distintos festejos en los cuatro días que duran los mismos.
En Abril del 22 al 25 se celebran las fiestas de Moros y Cristianos en honor a San Jordi, declaradas de interés turístico Nacional. Durante los cuatro días, los actos que se celebran son muy diversos. El día 22 de Abril tiene lugar por la mañana el desfile y ofrenda de bandas de música que intervendrán en las fiestas, y por la tarde, la Entrada, donde todas las comparsas desfilan al compás de la música, reviviendo todos los sentimientos que más les enorgullecen. Al finalizar tiene lugar la retreta, recorrido informal por diversas calles de la localidad, con faroles hechos por los propios festeros, que acaban siendo quemados en la plaza mayor.El día 23, es el día del patrón, a primera hora de la mañana se celebra la diana, en la que una escuadra de cada comparsa, desfila y concursa con el resto por el primer premio. A media mañana, tiene lugar la misa en honor al patrón San Jordi. Por la tarde, el desfile infantil y la procesión, que vuelve a ser motivo de reunión.En día 24, se denomina día “dels trons”, puesto que tiene lugar, simbólicamente, la conquista del castillo por el bando moro y la posterior reconquista de los cristianos, con solemnes embajadas.
Para finalizar el último día, se dedica al homenaje y recuerdo de los que nos han dejado. Partiendo del Morer, masía donde hizo su solemne entrada la Reliquia de San Jordi en 1780, se asciende disparando arcabuces hasta el cementerio, donde tiene lugar la celebración de la misa al aire libre, es este un acto único dentro de las fiestas de moros y cristianos, donde los banyerenses sienten como nadie el recuerdo a sus seres difuntos más queridos. Finalizada la misma, festeros y no festeros se reunen en los alrededores de la ermita del Santo Cristo, donde, tiene lugar la proclamación y levantamiento de los capitanes del año próximo. A mediodía, se desciende disparando hacia la población, donde, por la tarde tiene lugar el traslado de la pequeña imagen de San Jordi, por cada comparsa, al domicilio del nuevo capitán.
Pero esto no es más que un resumen de lo que pasa, una versión oficial de lo que son las fiestas de San Jorge. Lo mejor de esos cuatro días es el colorido, el ambiente, la calle, una vez más, el espíritu de todo un pueblo, festeros y no festeros, volcados por disfrutar y hacer disfrutar a los demás de las fiestas de Moros y Cristianos. Hay dos bandos, y por cada bando hay una serie de comparsas, agrupaciones para los neófitos, en las que los distintos habitantes del pueblo están agrupados, afiliados, normalmente por tradición familiar. El bando cristiano lo forman: los Cristianos, los Estudiantes, los Maseros o Labradores, los Contrabandistas y los Jordians en honor a San Jordi. Por el bando moro las comparsas son: los Moros Viejos, los Moros Nuevos, los Marrocs, mi familia pertenece a esta comparsa, los Piratas y los Califas.
Se vive por y para las fiestas, el pueblo se transforma y la alegría invade las calles. Estas de fiesta mañana, tarde y noche. Todo empieza la mañana del 22 de abril, todo empieza cuando cada cual se viste, nunca disfraza, con el traje de su comparsa. Es como el pistoletazo de salida a cuatro días de locura, de disfrute, de vivir en la calle, de alguna que otra borrachera, de llenar tu casa de amigos en las cenas, en las comidas. Son días de desfiles, de baile, de truenos con los trabucos, de pólvora e incluso son días de tradición y de mucho respeto por el patrón y de recuerdo para los que han sido parte de la fiesta y ya no están entre nosotros.
Llevo muchos años sin poder acudir, pero mantengo en mi recuerdo muchos otros de salir como un festero más y disfrutar de todos los actos. He tenido la posibilidad de compartir estas fiestas con familia y amigos, y son fiestas para todos. He podido salir en distintas comparsas, desde masero, marroc en honor a mi padre, moro nuevo e incluso pirata. He disfrutado y he hecho disfrutar a amigos que viniendo desde Madrid y fueron como uno más en los festejos. Desfilé, dispare y me emborrache como el que más. He vivido con respeto los actos más protocolarios, las Dianas cada mañana a las siete, la Misa Mayor, la Profesión, el acto por los difuntos disparando ante los nichos y las tumbas en el cementerio de mis familiares allí enterrados. Me he sentido parte de la fiesta, y ese es el secreto para poder disfrutar de todo ello, ser parte activa de lo que cada día se celebra. Da igual moro que cristiano, da igual contrabandista que pirata, el único secreto es vivir la calle y disfrutar del jolgorio y la alegría contagiada.
No sé si alguno las conocéis de otros pueblos, cuanto mayor es la población más seria es la fiesta y se disfruta más en pueblos pequeños, pero si no es así os recomiendo conocerlas, cuatro días en abril, o incluso en los alrededores se celebran en el verano, no son muchos días para emplearlos en conocer unas fiestas que son de todos, de los propios y de los foráneos y donde seguro os harán sentir como un festero más, como uno más de los bandos moros y cristianos.
Mañana se terminan por este año las fiestas, mañana se levantan a los que han de ser los nuevos capitanes de las comparsas del año próximo, mañana habrá un viva en toda la fiesta, en todo Baneyres, y yo desde aquí me quiero sumar y por eso hoy termino gritando: Vito al Patro San Jordi ¡!!!!!
domingo, 19 de abril de 2009
viernes, 10 de abril de 2009
Se Equivocó la Paloma. (Rafael Alberti)
Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.
.
Por ir al norte, fue al sur.
Creyó que el trigo era agua,
Se equivocaba.
.
Creyó que el mar era el cielo;
que la noche, la mañana.
Se equivocaba.
.
Que las estrellas, rocio;
que la calor, la nevada.
Se equivocaba.
.
Que tu falda era su blusa;
que tu corazón, su casa.
Se equivocaba.
.
(Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama.)
.
Semana Santa, Semana de Pasión.
Antes de empezar con el escrito que hoy quiero compartir, creo que debo hacer un poco de historia de lo que realmente la Semana Santa es en el mundo cristiano. No hablaré de mis creencias personales, pero he sentido desde siempre que cuando llegan estas fechas, además de ser un periodo de vacaciones que todos aprovechamos para descansar y desconectar de todos nuestros quehaceres diarios, nuestro país se transforma, la fe toma la calle, en el más recóndito pueblecito de nuestra geografía se celebran procesiones, salen los pasos de penitencia a las calles, se hacen representaciones vivas de la pasión, se preparan los monumentos en las iglesias, se visitan las estaciones, los oficios, se cantan saetas, truenan los tambores, y todo respira pasión, devoción y fervor religioso.
La Semana Santa es la conmemoración anual en que el calendario cristiano conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret. Da comienzo el Domingo de Ramos y finaliza el Sábado Santo. Va precedida por la Cuaresma, que culmina en la Semana de Pasión y da paso a un nuevo período litúrgico.
La Semana Santa cuenta con celebraciones propias que recuerdan la institución de la eucaristía en el Jueves Santo, la Crucifixión de Jesús y su Muerte el Viernes Santo y su Resurrección en la Vigilia Pascual en la noche del Sábado Santo al Domingo de Resurrección.
A principios del siglo IV había en la cristiandad una gran confusión sobre cuándo había de celebrarse la Pascua cristiana o día de Pascua de Resurrección, con motivo del aniversario de la resurrección de Jesús de Nazaret. Ya en el Concilio de Arlés (en el año 314), se obligó a toda la Cristiandad a celebrar la Pascua el mismo día, y que esta fecha habría de ser fijada por el Papa, que enviaría epístolas a todas las iglesias del orbe con las instrucciones necesarias. Sin embargo, no todas las congregaciones siguieron estos preceptos. Es en el Concilio de Nicea (en el año 325) donde se llega finalmente a una solución para este asunto.
No obstante, siguió habiendo diferencias entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Alejandría, si bien el Concilio de Nicea dio la razón a los alejandrinos, estableciéndose la costumbre de que la fecha de la Pascua se calculaba en Alejandría, que lo comunicaba a Roma, la cual difundía el cálculo al resto de la cristiandad.
Finalmente fue Dionisio el Exiguo (en el año 525) quien desde Roma convenció de las bondades del cálculo alejandrino, unificándose al fin el cálculo de la pascua cristiana.
La Pascua de Resurrección es el domingo inmediatamente posterior a la primera Luna llena tras el equinoccio de primavera, y se debe calcular empleando la Luna llena eclesiástica; sin embargo, ésta casi siempre coincide con la Luna llena astronómica, de modo que para efectos de cálculo es generalmente válido emplear la más tradicional definición astronómica. Por ello puede ser tan temprano como el 22 de marzo, o tan tarde como el 25 de abril.
Ya sabemos el porqué, está bien saber que es lo que realmente celebramos en estos días, pero lo que a mi más me llama la atención es el como. Cierto es que cada cual es muy libre por sus creencias o por la falta de ellas, celebrar o utilizar estos días como Dios les de a entender en el primero de los casos, o simplemente les venga en gana para el segundo. No se trata de juzgar comportamientos ajenos, sólo pretendo compartir mis propias sensaciones y vivencias. Y sin ir más lejos las que ayer experimenté. Creo que como más de un hijo de vecino este año las vacaciones las he pasado en casa. Hacía años que no veía una procesión en Madrid, y como la tarde era buena, y los niños estaban un tanto aburridos de no hacer nada, les propuse el plan de acercarnos a Madrid a ver un par de las que ayer transcurrían por sus calles. Primero y por pura comodidad nos acercamos a ver salir a El Divino Cautivo. Es un paso de penitencia pequeño, sale del colegio Calasancio en la calle General Díaz Porlier, había poca gente, personas del barrio, antiguos alumnos y algún que otro turista que en la zona se encontraban cuando arrancó la procesión. Después fuimos raudos a la salida del paso de María Santísima del Dulce Nombre de la iglesia de San Pedro. Aquí la cosa cambio, muchedumbre agolpada en la calle del Nuncio y todos los alrededores. Fervientes creyentes, vecinos, turistas, paseantes, gente que había ido desde otros barrios, desde otras localidades, y me imagino que como tradición acuden año tras año, arrebataban la calle, la Cava Baja, Puerta Cerrada, la Plaza del Humilladero y cada uno de los rincones por donde trascurriría el cortejo. En la misma salida de la Virgen escuchamos la primera saeta, otra después y hasta una tercera en unos pocos metros que seguimos el paso. El Madrid de los Austria era una fiesta, los bares llenos, las terrazas sin una sola mesa libre, el Café del Nuncio, El Café de la Villa, el de los Monaguillos, todos de bote en bote, no había un hueco.
Aquel jolgorio manifestado de forma espontánea, natural, aquellas ganas de divertirse, de disfrutar, me dio que pensar de vuelta a casa. Da igual Madrid, que la “Madrugá” en Sevilla, Cádiz, Bilbao, Gerona, Valladolid o Palencia. Está claro, nos va la fiesta, es lo mismo Semana Santa, que la Feria de Abril, San Fermines, que Moros y Cristianos. Somos un pueblo que vivimos la calle, que nos ponemos la vida por montera, que a la primera de cambio nos buscamos un motivo para deleitarnos, disfrutar y reír. Me gusta mi gente, me gusta sentirme parte de un pueblo que hace de sus ganas de vivir su bandera. Me gusta sentir que los pelos de mis brazos se erizan al escuchar una saeta, me gusta sentir un pinchazo de felicidad oyendo un aplauso cerrado al ver una salida de un paso por un portón imposible, un aplauso que reconoce el sufrimiento y el esfuerzo de un puñado de costaleros, casi en cuclillas para hacer posible lo que a todas luces parece un milagro. Me gusta, me encanta ver las calles llenas de gente que respiran felicidad, ganas de vivir.
Sé que poco o nada tiene que ver todo esto con la Pasión, sé que todo ello poco tiene que ver con la muerte y resurrección de Cristo. Sé que el ferviente cristiano vive esta semana con otro sentido, pero realmente lo que yo ayer sentí, lo que yo ayer viví fue un inmenso contagio del virus de la felicidad, de la ilusión, de la diversión. Sinceramente disfruté junto a mis hijos de una tarde irrepetible, para ellos fue una nueva experiencia, algo no vivido anteriormente, para mi fue reencontrarme con la alegría de la calle, con un barrio de Madrid al que en mi pasado mozo le dediqué mucho tiempo, pero lo mejor de todo fue descubrir que todavía hoy cualquier expresión popular, sea de la índole que sea, congrega a un pueblo en la calle con la única razón del disfrute, de la algarabía, de la felicidad de sentir que la vida siempre merece la pena de ser vivida.
lunes, 6 de abril de 2009
Mientras dí razón de una Coca-cola, un pincho de tortilla y un cortado
El pasado viernes tuve que dar una ponencia en un curso sobre comercialización de medios de comunicación que organiza Unidad Editorial. Son esos compromisos que uno adquiere de forma voluntaria y siempre con la perspectiva temporal en la lejanía cuando te solicitan la participación. Unos días antes fui consciente de la fecha y la hora en la que estaba programada mi colaboración. No dude en enviar un email a la organización haciéndoles ver lo inoportuno del día y más aún de la hora, entre las 20,00 y las 21,00 h. Realmente corríamos un riesgo muy elevado que el viernes de Dolores, preámbulo de las vacaciones de Semana Santa en el horario previsto, la asistencia de los inscritos en el seminario fuera de una o ninguna persona. La respuesta que obtuve por parte de los organizadores es que la asistencia estaba asegurada, no tanto por el interés verdadero de mi presentación, como por el hecho de que parte del aforo son empleados de la propia compañía, otra parte empleados de los patrocinadores del evento, y una muy reducida parte algún que otro despistado que por allí andaban. Dicho esto y con la respuesta por escrito no me quedo más remedio que cumplir mi compromiso.
Sucedió que el mismo viernes y ante la posibilidad de quedarme más que colgado alrededor de cuatro o cinco horas, lapsus de tiempo que transcurriría entre mi salida de la oficina y la hora de inicio del evento, decidí intentar liar a alguno de mis amigos, más allegados conocidos, colaboradores y si me apuráis hasta el portero de la oficina, para compartir una amigable comida, previo pago por mi parte naturalmente, y rellenar así de una manera amena y divertida el tiempo de espera. Iluso de mí, viernes de Dolores, mariquita el último, y si salgo a las 14,00, mejor que a las 15,00h. Después de varias intentonas fallidas decidí desistir y asumir sin más que sólo de mí dependía como ocupase aquel tiempo libre entre una obligación y una devoción para mi espíritu y mi ego. No quise insistir más allá de tres o cuatro llamadas para no comprobar con toda la crudeza que entre el “nosotros” y el “tú”, gana el “yo” más egoísta. A fuer de ser sincero, seguramente si “yo” hubiese sido parte de “ellos” el resultado hubiese sido idéntico. Por lo tanto y más sólo que la una, más allá de las 15,30 h decidí tomar un "tente en píe" que me permitiese aguantar hasta la hora de mi ponencia, y utilizar el resto de mi tiempo a repasar una vez más aquello que con tanta ilusión iba a contar después a un grupo de colegas más o menos motivados.
Recordé que cerca de mi oficina un afamado restaurador tiene uno de sus locales donde el pincho de tortilla tiene fama de exquisito. Por tanto decidí emplear parte de mi tiempo en darme un pequeño paseo hasta el restaurante y saborear tal maravilla sin mayor presión, ni prisa, y con suficiente tranquilidad para incluso ojear mientras comía uno de los periódicos del día. En ello estaba, cuando sin darme cuenta mi atención empezó a girar hacía una conversación que dos ejecutivos, más o menos agresivos, más o menos beodos, mantenían a mi lado. Fue realmente un acto reflejo, ausente de cualquier curiosidad mal sana, simplemente como fruto del propio aburrimiento, mi atención se fue centrando en lo que aparentemente parecía una conversación muy transcendental. Aquellos dos jóvenes, frisaban los treinta, muy trajeados, con corbatas de marca, repeinados y todo hay que decirlo, híper educados, manejaban una conversación entre lo humano y lo divino, una conversación sobre el bien y el mal, sobre la tiranía del dinero, las cosas materiales y en contra posición la vida espiritual. Una conversación plagada de coletillas típicas de la jerga del mundo al cual pertenecen, una conversación en cualquier caso medida, sin grandes aspavientos, en un tono más que respetuoso, y carente de salidas de tono, ni expresiones soeces ni sobre actuaciones. Me dí cuenta que lo que más me llamó la atención eran las formas utilizadas para tratar tan profundo fondo. En ello estaba cuando decidieron terminar su última cerveza, pagar la cuenta y salir del local. Mi sorpresa fue mayúscula cuando el camarero una vez cobradas las consumiciones y retirada su bien ganada propina, comentó para el resto de parroquianos que en la barra estábamos: “ahí van los dos, tan pinchos, y les he servido entre doce y quince cervezas por cabeza”. Me quedé boquiabierto y un poco bloqueado. No escandalizado, a partir de ciertas edades quién no se ha pasado en más de una ocasión de la raya chateando con un buen amigo. Lo que realmente me sorprendió es la capacidad que tenemos los hombres como especie, da igual el género masculino o femenino, para abstraernos de la realidad, para generar un mundo a parte, para sacar de dentro pensamientos íntimos en momentos donde nuestra capacidad de raciocinio se ve al menos un tanto mermada por los efectos del alcohol. Viernes 15,30 h, antesala de unas vacaciones, o cuanto menos el inicio de un fin de semana, en su estado imposible a todas luces para volver a trabajar, y aquellos dos ejecutivos agresivos de la zona centro, llevaban cuanto menos una hora u hora y media gastando saliva, dinero y tiempo, en una borrachera que les llevo a terminar hablando muy educádamente de la frontera entre lo material y lo espiritual.
Pagué y salí yo también de vuelta a la oficina. Mientras que deshacía el camino para volver no dejé de darle vueltas a la cabeza. Mi estupor seguía presente e intentaba crear un racional que me ayudara a entender lo que había visto. Insisto, no me escandalizó, no me parece mal tomar cervezas, chatear unos vinos, beber más de la cuenta nos ha ocurrido a muchos en más de una ocasión. Lo que me seguía llamando la atención, lo que todavía ahora me llama la atención fue la estética de la situación. Quizás el día, el momento, y la sensación de que yo mismo estaba rellenando un tiempo mal aprovechado, me hicieron pensar en lo absurdo de lo que presencié. Creo que lo que se espera del estereotipo de un borracho, es que sea faltón, grosero, incluso en ocasiones molesto por pesado y pendenciero. Pero he de reconocer que los dos “yuppies” fuera de contexto, transcendentes y borrachos rompieron dentro de mi algún esquema o estereotipo que todavía no he sido capaz de recomponer.
Sucedió que el mismo viernes y ante la posibilidad de quedarme más que colgado alrededor de cuatro o cinco horas, lapsus de tiempo que transcurriría entre mi salida de la oficina y la hora de inicio del evento, decidí intentar liar a alguno de mis amigos, más allegados conocidos, colaboradores y si me apuráis hasta el portero de la oficina, para compartir una amigable comida, previo pago por mi parte naturalmente, y rellenar así de una manera amena y divertida el tiempo de espera. Iluso de mí, viernes de Dolores, mariquita el último, y si salgo a las 14,00, mejor que a las 15,00h. Después de varias intentonas fallidas decidí desistir y asumir sin más que sólo de mí dependía como ocupase aquel tiempo libre entre una obligación y una devoción para mi espíritu y mi ego. No quise insistir más allá de tres o cuatro llamadas para no comprobar con toda la crudeza que entre el “nosotros” y el “tú”, gana el “yo” más egoísta. A fuer de ser sincero, seguramente si “yo” hubiese sido parte de “ellos” el resultado hubiese sido idéntico. Por lo tanto y más sólo que la una, más allá de las 15,30 h decidí tomar un "tente en píe" que me permitiese aguantar hasta la hora de mi ponencia, y utilizar el resto de mi tiempo a repasar una vez más aquello que con tanta ilusión iba a contar después a un grupo de colegas más o menos motivados.
Recordé que cerca de mi oficina un afamado restaurador tiene uno de sus locales donde el pincho de tortilla tiene fama de exquisito. Por tanto decidí emplear parte de mi tiempo en darme un pequeño paseo hasta el restaurante y saborear tal maravilla sin mayor presión, ni prisa, y con suficiente tranquilidad para incluso ojear mientras comía uno de los periódicos del día. En ello estaba, cuando sin darme cuenta mi atención empezó a girar hacía una conversación que dos ejecutivos, más o menos agresivos, más o menos beodos, mantenían a mi lado. Fue realmente un acto reflejo, ausente de cualquier curiosidad mal sana, simplemente como fruto del propio aburrimiento, mi atención se fue centrando en lo que aparentemente parecía una conversación muy transcendental. Aquellos dos jóvenes, frisaban los treinta, muy trajeados, con corbatas de marca, repeinados y todo hay que decirlo, híper educados, manejaban una conversación entre lo humano y lo divino, una conversación sobre el bien y el mal, sobre la tiranía del dinero, las cosas materiales y en contra posición la vida espiritual. Una conversación plagada de coletillas típicas de la jerga del mundo al cual pertenecen, una conversación en cualquier caso medida, sin grandes aspavientos, en un tono más que respetuoso, y carente de salidas de tono, ni expresiones soeces ni sobre actuaciones. Me dí cuenta que lo que más me llamó la atención eran las formas utilizadas para tratar tan profundo fondo. En ello estaba cuando decidieron terminar su última cerveza, pagar la cuenta y salir del local. Mi sorpresa fue mayúscula cuando el camarero una vez cobradas las consumiciones y retirada su bien ganada propina, comentó para el resto de parroquianos que en la barra estábamos: “ahí van los dos, tan pinchos, y les he servido entre doce y quince cervezas por cabeza”. Me quedé boquiabierto y un poco bloqueado. No escandalizado, a partir de ciertas edades quién no se ha pasado en más de una ocasión de la raya chateando con un buen amigo. Lo que realmente me sorprendió es la capacidad que tenemos los hombres como especie, da igual el género masculino o femenino, para abstraernos de la realidad, para generar un mundo a parte, para sacar de dentro pensamientos íntimos en momentos donde nuestra capacidad de raciocinio se ve al menos un tanto mermada por los efectos del alcohol. Viernes 15,30 h, antesala de unas vacaciones, o cuanto menos el inicio de un fin de semana, en su estado imposible a todas luces para volver a trabajar, y aquellos dos ejecutivos agresivos de la zona centro, llevaban cuanto menos una hora u hora y media gastando saliva, dinero y tiempo, en una borrachera que les llevo a terminar hablando muy educádamente de la frontera entre lo material y lo espiritual.
Pagué y salí yo también de vuelta a la oficina. Mientras que deshacía el camino para volver no dejé de darle vueltas a la cabeza. Mi estupor seguía presente e intentaba crear un racional que me ayudara a entender lo que había visto. Insisto, no me escandalizó, no me parece mal tomar cervezas, chatear unos vinos, beber más de la cuenta nos ha ocurrido a muchos en más de una ocasión. Lo que me seguía llamando la atención, lo que todavía ahora me llama la atención fue la estética de la situación. Quizás el día, el momento, y la sensación de que yo mismo estaba rellenando un tiempo mal aprovechado, me hicieron pensar en lo absurdo de lo que presencié. Creo que lo que se espera del estereotipo de un borracho, es que sea faltón, grosero, incluso en ocasiones molesto por pesado y pendenciero. Pero he de reconocer que los dos “yuppies” fuera de contexto, transcendentes y borrachos rompieron dentro de mi algún esquema o estereotipo que todavía no he sido capaz de recomponer.
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