La frase que utilizo para titular
la entrada de hoy me la soltó a bocajarro este viernes pasado en un desayuno de
trabajo un colega de profesión. Una agresión directa a mí alterada sensibilidad
a escasas veinte y cuatro horas de cumplir un año más.
Ésta frase bien la podía haber
firmado mi admirado José Luis Alvite, que ese mismo viernes decidió sacar un
billete para llegar en ferrocarril a esa ciudad sin tren, como le anunció
tiempo atrás a su amigo Carlos Herrera. José Luis ha sido uno de los maestros
del periodismo de este país. Con una infinita capacidad de relatar en sus artículos
historias cortas a cada cual más lúcida, crítica y sorprendente. Admirador de
la belleza femenina sin descanso y denuedo, fiel a los personajes anacrónicos
pertenecientes más a tiempos de un pretérito siempre imperfecto en lo social y
políticamente incorrecto, capaz de inventar el antro por antonomasia “El Savoy”
que debería existir no sólo en el imaginario del autor y sus fieles lectores,
alguien en algún sitio debería abrir las puertas de un garito para
trasnochados, perdedores, filósofos de la vida y gente de mal vivir. Como
escribía en esa misma carta a su amigo:” ¡qué
demonios! tantos años entre el humo
del Savoy me enseñaron que la penumbra te salva del disgusto de que con la
luz descubras que en la cola del piano no estaba sentada la mujer con la que
contabas, sino el tipo impasible que viene a precintar las manos del pianista”.
Seguro que allí donde ese tren sin retorno le haya llevado encontrará su
anhelado Savoy, donde podrá discutir sin límites con camareros de lenguas
punzantes, con personajes de la peor calaña aquellos a quien la vida les
maltrató para configurar en ellos caracteres inequívocos llenos de cicatrices
morales, mujeres de buen ver y mal vivir dispuestas a pelear dialécticamente
con él en asaltos pugilísticos donde la derrota cae siempre del mismo lado. En
el Savoy de otro lugar u otro tiempo habitará José Luis en la eternidad.
Vuelvo a mí después de este
inciso obligado. Efectivamente ayer cumplí un año más en mi vida. Son cincuenta
y dos los que ya me contemplan y acumulo a mis espaldas. Como bien sabéis
aquellos paseantes de la red que de vez en vez hacéis una parada en este sitio,
cada año por mi onomástica acudo fiel a contaros algunas sartas de bobadas
encadenadas para intentar describir mis sentimientos. Como una carrera por
etapas, sin conocer en la salida cual será la meta y cuando la llegada, voy
acumulando experiencias cotidianas que han moldeado mi persona hasta definir lo
que hoy soy y siento. Han cambiado
algunas, o porque no reconocerlo muchas, de las montañas de sensaciones,
vivencias, que uno acumula por el hecho de estar en el reino de los vivos. Hay costumbres
nuevas, hábitos distintos, capacidades mermadas, sentimientos viejos que
evolucionan y se adecuan a este presente más limitado. Pertenezco ya al grupo
de los que su pasado y presente acumulan más tiempo que el futuro que me
espera. Es matemática pura, una ciencia hasta hoy exacta.
Ayer celebré mi cumpleaños, y con
la frase de marras muy presente decidí darme un pequeño homenaje para cumplir
con pequeños deseos que durante la noche previa se convirtieron en urgencias.
Comí en casa con parte de la familia, y durante una sobremesa infinita no dude
en regalarme al paladar y a los sentidos
con dos caprichos, seguro y consciente además de atentar contra la coherencia
de una edad que limita el abuso del buen vivir en favor del aburrimiento
derivado del equilibrio alimenticio y los más sanos hábitos. Coroné un cocido
madrileño de los que quitan el hipo y dispara el colesterol, con un puro habano
(Cohiba Siglo IV) y media botella de un brandy exclusivo de serie limitada
(Ximénez-Espínola). Dos placeres únicos para una tarde de invierno que daba la bienvenida
a la primera nevada del año. Dos regalos que me hice a mí mismo la misma mañana
de ayer.
He de reconocer que uno ha de
administrar los deseos y las urgencias, caprichos así no son sostenibles en el
tiempo por mi propia economía. Pero que caray, al menos muy de vez en cuando es
bueno que uno altere su rutina con excepciones placenteras. Iniciar así un
nuevo año de vida me reconforta, sabiendo valorar lo que es bueno y lo que me
complace debo aprovechar el tiempo de un futuro incierto hasta que mi salud y los
matasanos decidan, a la vez, imponer nuevas reglas para alargarme la desdicha
de lo que seguro será una vida muy aburrida.
Hoy he estrenado mis regalos de
ayer, más por urgencia que por otra razón. Quizás éste sea el primer año que en
los diferentes ámbitos de mi vida las cosas que han de ocurrir sean más
inmediatas, sin dejar para mañana lo que en cada caso me complazca y me
apetezca más.