Esta semana un amigo me envió un Whatsapp con la siguiente frase: “Ser bueno no es sinónimo de ser idiota. Ser bueno es una virtud que algunos idiotas no entienden”. Yo diría incluso que no sólo algunos, sino que es común denominador de la mayoría de ellos.
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Me quedé un poco parado. No tenía muy claro si mi amigo me llamaba idiota de una forma muy elegante a la vez de contundente, o muy al contrario quería reafirmar mi forma de ser ante algún comentario malicioso de alguna tercera persona sobre mí. O simplemente envió una frase de las tantas que se intercambian hoy en día a través de los dispositivos móviles. Aún hoy no lo sé, espero ver a mi amigo en breve y aclarar mis dudas.
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Sea como sea, sea yo un idiota o no a los ojos de mi amigo, creo que hay mucho de verdad escondido en el significado de la frase de marras.
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Para empezar diría que hay pocos buenos e infinidad de idiotas en este nuestro mundo. No sabría calcular la proporción, pero por cada persona buena que te puedes encontrar en tu vida tropiezas con una multitud de idiotas. Estamos hartos de escuchar el comentario de lo idiota que puede ser alguien porque carece de maldad en sus actos, dichos o pensamientos. Son señalados por falta de carácter, porque aparentemente siempre son los primeros en ceder, en complacer, en evitar los conflictos, en perdonar las ofensas ajenas, y si me permitís son el foco y la diana de todos los idiotas que le rodean en sus bromas de mal gusto, chanzas y demás acciones degradantes, es el bicho expiatorio de las frustraciones de todos los que le rodean.
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Hoy en día es fácil abusar del bueno, de confundir la bondad con la estupidez. Nuestra sociedad nos ha hecho bastante peores de lo que nos pensamos. Abusamos de los que por falta de maldad los sentimos inferiores en muchos aspectos de la vida. Incluso muchos de los idiotas buscan de manera incesante una buena persona para que estando a su lado les permita resaltar sus falsas virtudes, capacidades y éxitos.
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Normalmente una buena persona tiene la virtud añadida de una paciencia ilimitada, de una capacidad infinita de perdonar, de ceder el protagonismo a todos los que le rodean, de actuar en un segundo plano y reconfortarse con las alegrías de los demás. Una buena persona es un lujo que raramente sabemos valorar cuando lo tenemos cerca, cuando tienes el privilegio de contar con su amistad, de su lealtad. Una buena persona es un bien escaso, una rara avis, una especie en peligro de extinción.
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No sé si yo mismo soy una buena persona y por tanto de forma ineludible un idiota a los ojos de muchos. No lo sé y no me importa. No sé si al contrario yo soy el idiota que confunde la bondad de los demás con la estupidez. Quizás prefiera pertenecer al primer estereotipo, estoy convencido que son infinitamente más felices aquellos que hacen el bien sin importarles su reputación, los que por la vida pasan regalando a los demás lo mejor de si mismos, los que por idiotas pasan a los ojos de los verdaderos necios y estúpidos.
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Si ser muy buena gente es ser un idiota no me importaría que en mi epitafio alguien pusiese: “Aquí yace un idiota, uno de los grandes, vivió convencido de su propia idiotez hasta el día que murió”.
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