domingo, 23 de septiembre de 2012

Lunch a top a Skyscraper



Creo que esta imagen ha sido una de las que mejor han retratado una época. Me parece imposible pensar en alguien con cierta edad ya cumplida que no haya visto y disfrutado de la misma en algún momento de su vida. Almuerzo en lo alto de un rascacielos, ha celebrado esta semana su ochenta cumpleaños, y lo mejor es que lo hizo sin perder un ápice de su popularidad.
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Esta fotografía de los once albañiles comiendo en una viga de acero a sesenta y nueve pisos de altura de lo que sería el Rockefeller Center en la ciudad de New York, fue realizada en septiembre de 1932 por Ebbets y publicada un mes más tarde en el New York Herald Tribune.
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Fue un símbolo, y quizás la mejor representación gráfica de la mayor crisis mundial económica y financiera hasta ahora conocida y que se inició con el Crack del 29.
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Por desgracia para nosotros, casi un siglo después, vivimos una situación igual de desesperada y caótica. La situación actual que afecta sobremanera a nuestro país podría asemejarse en mucho a lo vivido en aquellos años en USA y en el resto del mundo. Han pasado ochenta años, una segunda guerra mundial, una guerra civil en España, y muchos acontecimientos más a nivel mundial, europeo y nacional, para descubrir que como entonces los logros y avances alcanzados son tan efímeros y débiles que se desvanecen sin capacidad alguna para salvaguardarlos.
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De aquella gran crisis se salió adelante, me imagino que no sin grandes sacrificios, de está en la que estamos instalada desde hace ya varios penosos años quiero pensar que también. Estamos renunciando a muchos privilegios, derechos y a un bienestar instalado en la sociedad occidental que nos duele en lo más profundo de nuestros seres, pero desde esta renuncia, desde el sacrificio ya realizado tendremos que volver a crecer para recuperar el tramo del camino que ya transitamos en décadas anteriores.
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Me queda la terrible duda de tener al frente de cada país a los mejores líderes posibles. La calidad de nuestros políticos, especialmente los españoles, dejan mucho que desear y con ellos al frente nuestras posibilidades se recortan y los esfuerzos se multiplican. Cuando hemos de luchar y pelear en las peores condiciones, para ganar las batallas necesitamos a los mejores, y estos hace ya tiempo que se dedican a otros menesteres que no son la política. Los grandes estadistas, los prohombres de las naciones, hacen años que abandonaron la vida pública. Hoy son los mediocres los que cogieron el testigo, los que decidieron hacer carrera profesional al amparo de los partidos políticos, los que como objetivo buscan llegar a lo más alto de un gobierno, un parlamento o un ayuntamiento para vivir a costa de sus conciudadanos y labrarse un futuro que les garantice su propio bien estar a cambio de no ofrecer nada, a cambio de tapar sus miserias, carencias e incapacidades en el mundo del servicio público para mayor gloria de su beneficio personal.
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Desde el abismo de una viga de acero colgada a sesenta y nueve pisos de altura, aquellos once obreros se convirtieron sin saberlo en un símbolo, en un icono que ha representado durante ocho décadas la lucha por la supervivencia, el esfuerzo para alcanzar el progreso, la sencillez de los valores frente a la complejidad y la maldad de los sistemas.
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Necesitamos nuestra propia iconografía, necesitamos encontrar nuestro propio símbolo que al igual que éste represente nuestra lucha callada y anónima para salir adelante, para vencer a nuestra crisis y para que en un futuro cuando las siguientes generaciones recuerden estos años, entiendan a través de una única imagen aquello que la historia intentará explicar o incluso justificar en un sentido u otro dependiendo del resultado que aún está por llegar.
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sábado, 22 de septiembre de 2012

SPANISH FICTION



Este vídeo recorre la red en estas últimas semanas. Con mucho humor, utilizando la caricatura y el sarcasmo, resume una realidad que nos debería abrumar y avergonzar como ciudadanos de un país que se llama España.
Aunque te arranque una sonrisa e incluso una carcajada, no olvides que es muy cierto todo lo que en él se parodia. Ya me gustaría a mi que en realidad, todo lo que vivimos desde hace ya más de cinco años no fuera más que una ridícula ficción.
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domingo, 9 de septiembre de 2012

La lucha que nunca termina.




No es una reflexión mía. Le he pisado la sotana a mi amigo y compañero de paseos matutinos los domingos por la sierra de Madrid. Un poco mayor que yo y muy duro de pelar. Físicamente en un muy buen tono y mejor estado, que me revienta en más de una subida a los picos de nuestro nuevo parque natural de Guadarrama.
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En uno de estos paseos compartiendo reflexiones me hizo un comentario sobre la pelea que cada día tiene consigo mismo y con los demás. A partir de ciertas edades, yo friso los cincuenta, uno en la vida se pelea doblemente. Nos demostramos cada día que nuestras capacidades, aun mermadas por el paso del tiempo, son suficientes para dar batalla a cualquiera que se nos cruce en el camino, y que además es bueno mantener un nivel de exigencia con uno mismo para demostrarnos que podemos llegar más allá y que dejar acomodarse a nuestro cuerpo y a nuestra mente es un error de libro, que la lucha continua y que al final, siendo conscientes de nuestros alcances, un alto nivel de esfuerzo supera con creces cualquier meta y perspectiva impuesta en nuestra vida. No puedo estar más de acuerdo en el doble planteamiento.
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Siempre había pensado que a partir de cierta edad, con una experiencia profesional ya acumulada, con el respeto de las canas incipientes todavía, con los conocimientos ya acumulados, con muchas vivencias en la mochila, me permitiría llegar a un estar en mi vida profesional más cómodo, menos exigente y con una visión de futuro más sosegada, relajada y porque no decirlo más teórica y menos ejecutiva. Mentira, y de las más gordas.
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No hay excusa, no me siento más víctima que cualquiera de esta maldita crisis que nos azota, no vuelco en las incapacidades de los demás la responsabilidad de mis decisiones, no busco fantasmas donde no los hay, la lucha es mía y sólo mía. Yo soy el que me exijo cada día más, yo soy el que cada mañana al iniciar la jornada busco las fuerzas suficientes para demostrarme y demostrar al resto que no hay nadie más capaz, que al menos doy la talla como cada cual, que puedo con esto y con mucho más y que al final para sacarme de la pelea lo tendrán que hacer dándolo todo y sin ninguna ayuda por mi parte.
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Estoy convencido que todo esto es fruto de la inseguridad, de la necesidad de demostrarme que a pesar de que los años pasan soy tan bueno o tan malo como era hace más de dos décadas cuando inicie mi carrera profesional. Quizás no quiera aceptar, o no sepa, la pérdida de las facultades intrínsecas al avance de mi vida. Quizás no puedo creer que este quien hoy soy, este que cada mañana se ve en el espejo, ya no es el mismo de hace veinte años, que lo que yo quiero ver poco o nada tiene que ver con lo que proyecto y de cómo me ven los demás. Quizás esto es la crisis de los cincuenta, o la vuelta a la actividad laboral que cada año llevo peor después de las vacaciones estivales.
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Es bien sabido que los hombres sufrimos una crisis de identidad al menos una vez en la vida, los hay quien las sufre una vez cada década pasados los treinta. A los cuarenta, y como fruto de esa gran crisis cambiamos tres cosas en nuestras vidas: el coche, siempre por un deportivo rojo, muy vistoso y a ser posible muy caro para presumir de los éxitos profesionales que hemos alcanzado; de mujer porque nos sentimos aún en la flor de la vida, con todo nuestro vigor y capacidades amatorias intactas, y además con el deportivo rojo conquistaremos a infinidad de chicas jóvenes que esperan la llegada de ese príncipe azul, ya talludito pero con las experiencias más fascinantes ya vividas, dispuestas a arruinar nuestras cuentas corrientes y nuestras vidas; y de trabajo porque somos los mejores, los que más sabemos, y porque a esa edad pensamos que no han sabido en nuestras empresas valorar todo lo que hemos dado por ellas y que si no hubiese sido por nuestras iniciativas y decisiones aun seguirían siendo compañías de segunda. Esta crisis ha arruinado a muchos, ha terminado y fulminado a muchos más, y ha dejado un reguero interminable de insatisfechos y arrepentidos para los restos. Yo pasé por ella de puntillas ya casi hace diez años, y aunque reconozco que alguna reminiscencia me queda, creo que fue prueba superada.
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Yo no sé si esta lucha que mantengo es insana para mi cuerpo, espíritu y mente. No sé cuanto de saludable tiene y si en un futuro la cuenta pendiente de pagar será muy alta. Si sé que es casi obsesiva la necesidad de seguir en la pelea, de hacer todo y más por no perder la batalla, de llegar aun más allá y de demostrar a todos y a mi el primero que mantengo la ilusión e incluso la pasión por hacer las cosas bien, y que a pesar de las dificultades puedo lograr lo que cualquier otro haría.
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También es posible que como al nacer nadie nos da el libro de instrucciones de la vida, cada año que pasamos, cada día que vivimos nos reinventamos con más o menos acierto, que en verdad no hay un único patrón y que en el fondo lo que hacemos es intentar que las cosas que hacemos, sentimos y vivimos son las mejores que cada cual puede realizar.
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De momento y hasta que las fuerzas aguanten, seguiré peleando y enfrentándome a la lucha con el mejor espíritu posible, si no he de ganar al menos que la derrota sea la más dulce posible.
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domingo, 2 de septiembre de 2012

Los "Yayos" motorizados




Existe un subgrupo dentro del grupo de mayores en la especie humana que proliferan en los pueblos de la sierra de Madrid durante los meses de verano. En concreto me refiero a la población existente en el pueblo de Alpedrete, que aparecen en los primeros fines de semana del estío y migran de nuevo a sus hábitats naturales cuando el mes de septiembre despunta en el calendario.
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Son un peligro para el resto de sus conciudadanos, y año tras año responsables de altercados, incidentes menores, atascos, colapsos, fricciones y cualquier despropósito que podamos imaginar. Son situaciones temporales que se reducen cuando el verano va tocando a su fin, y que desaparecen durante el resto del año, especialmente cuando el frío cruel del duro invierno se apodera de esta zona de nuestra comunidad.
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Los yayos motorizados actúan siempre en pareja, ambos miembros son responsables por igual de un comportamiento carpetovetónico, imponiendo sus leyes allá donde acuden y saltándose a la torera cualquier norma de convivencia. Son un auténtico peligro para el resto de la especie, imponiendo porque sí sus criterios y razones sin ceder un ápice en sus posiciones.
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Tienen una edad comprendida entre los setenta años y hasta donde la naturaleza les da fuerzas para mantener sus costumbres de antaño, aún conscientes de la pérdida absoluta de sus capacidades y habilidades para realizar actuaciones que hoy deberían estar olvidadas y prohibidas en su imaginario. Circulan por las calles del pueblo a una velocidad aún inferior a los límites recomendados, paran sin previo aviso donde les place, estacionan siempre en doble fila con el único objeto de no andar ni un solo metro hasta el establecimiento que buscan, dejan sus automóviles en lugares prohibidos estrechando sobremanera las vías, desprecian los aparcamientos públicos por estar más lejos de cincuenta metros de su destino, capaces son de parar en plena calle para intercambiar saludos con algún miembro se su especie despreciando al resto de la humanidad que educadamente esperan hasta que ellos decidan dar por terminada su conversación.
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Dentro de las tiendas o establecimientos, no respetan las filas y los turnos, su rango de edad les confiere de una falsa autoridad para colarse impunemente al resto de sus vecinos. Dan por descontado que el resto somos infrahumanos y especialmente los lugareños que deberían reverenciarles por el simple hecho que hayan escogido su pueblo para premiarnos con su presencia durante varios meses al año. Son déspotas en las formas y en los fondos y cuando alguien les hace ver su erróneo comportamiento, se refugian en el respeto a los mayores como argumento falso para imponer su voluntad. Si ellos no responden a las normas de la convivencia difícilmente pueden solicitar un privilegio que con su actitud no les corresponde.
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Como siempre, hacer generalidades suele ser un ejercicio de injusticia, en todos los grupos existen excepciones muy dignas, pero la mayoría de todos ellos corresponden a este patrón y si me apuran a situaciones y actuaciones aún más graves.
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Estamos hoy a dos de septiembre, y en breve veremos como poco a poco nuestros pueblos se verán despoblados de un grupo tan corrosivo y peligroso para el resto. Pasarán los meses y la débil memoria de los humanos olvidarán que acechando quedan los yayos para volver el próximo verano a imponer de nuevo sus leyes.
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Por edad me acerco irreversiblemente a este subgrupo, al menos tengo la intención y la esperanza de alcanzar esos años, pero desde ya pido a los que son más jóvenes que yo que al menor síntoma que declare mi comportamiento de acercarme a este grupo me lo hagan ver con absoluta determinación, sin ningún tipo de rubor y con la más absoluta de las sinceridades, será muy bueno para todos ellos, pero aún mejor para mi propia persona.
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