Creo que esta imagen ha sido una de las que mejor han
retratado una época. Me parece imposible pensar en alguien con cierta edad ya
cumplida que no haya visto y disfrutado de la misma en algún momento de su
vida. Almuerzo en lo alto de un rascacielos, ha celebrado esta semana
su ochenta cumpleaños, y lo mejor es que lo hizo sin perder un ápice de su
popularidad.
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Esta fotografía de los once albañiles comiendo en una
viga de acero a sesenta y nueve pisos de altura de lo que sería el Rockefeller
Center en la ciudad de New York, fue realizada en septiembre de 1932 por Ebbets
y publicada un mes más tarde en el New York Herald Tribune.
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Fue un símbolo, y quizás la mejor representación gráfica
de la mayor crisis mundial económica y financiera hasta ahora conocida y que se
inició con el Crack del 29.
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Por desgracia para nosotros, casi un siglo después,
vivimos una situación igual de desesperada y caótica. La situación actual que
afecta sobremanera a nuestro país podría asemejarse en mucho a lo vivido en
aquellos años en USA y en el resto del mundo. Han pasado ochenta años, una
segunda guerra mundial, una guerra civil en España, y muchos acontecimientos
más a nivel mundial, europeo y nacional, para descubrir que como entonces los
logros y avances alcanzados son tan efímeros y débiles que se desvanecen sin
capacidad alguna para salvaguardarlos.
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De aquella gran crisis se salió adelante, me imagino
que no sin grandes sacrificios, de está en la que estamos instalada desde hace
ya varios penosos años quiero pensar que también. Estamos renunciando a muchos
privilegios, derechos y a un bienestar instalado en la sociedad occidental que
nos duele en lo más profundo de nuestros seres, pero desde esta renuncia, desde
el sacrificio ya realizado tendremos que volver a crecer para recuperar el
tramo del camino que ya transitamos en décadas anteriores.
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Me queda la terrible duda de tener al frente de cada
país a los mejores líderes posibles. La calidad de nuestros políticos,
especialmente los españoles, dejan mucho que desear y con ellos al frente
nuestras posibilidades se recortan y los esfuerzos se multiplican. Cuando hemos
de luchar y pelear en las peores condiciones, para ganar las batallas
necesitamos a los mejores, y estos hace ya tiempo que se dedican a otros
menesteres que no son la política. Los grandes estadistas, los prohombres de
las naciones, hacen años que abandonaron la vida pública. Hoy son los mediocres
los que cogieron el testigo, los que decidieron hacer carrera profesional al
amparo de los partidos políticos, los que como objetivo buscan llegar a lo más
alto de un gobierno, un parlamento o un ayuntamiento para vivir a costa de sus
conciudadanos y labrarse un futuro que les garantice su propio bien estar a
cambio de no ofrecer nada, a cambio de tapar sus miserias, carencias e
incapacidades en el mundo del servicio público para mayor gloria de su
beneficio personal.
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Desde el abismo de una viga de acero colgada a sesenta
y nueve pisos de altura, aquellos once obreros se convirtieron sin saberlo en
un símbolo, en un icono que ha representado durante ocho décadas la lucha por
la supervivencia, el esfuerzo para alcanzar el progreso, la sencillez de los
valores frente a la complejidad y la maldad de los sistemas.
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Necesitamos nuestra propia iconografía, necesitamos
encontrar nuestro propio símbolo que al igual que éste represente nuestra lucha
callada y anónima para salir adelante, para vencer a nuestra crisis y para que
en un futuro cuando las siguientes generaciones recuerden estos años, entiendan
a través de una única imagen aquello que la historia intentará explicar o
incluso justificar en un sentido u otro dependiendo del resultado que aún está
por llegar.
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