domingo, 2 de mayo de 2010

Miscelánea.








Dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que miscelánea es un escrito en que se tratan muchas materias inconexas y mezcladas. Llevo días sin asomarme por la Cambra, y en estas casi dos semanas han pasado cosas, muchas cosas en el mundo que nos rodea. Algunas, la mayoría, ya manidas y sabidas por antiguas, por constantes, por que son más de lo mismo, porque son sucesos, hechos sin fin aparente y que aún durante muchos meses convivirán a diario con nosotros. Hablo naturalmente de política y los innumerables casos de corrupción: el Gürtel, el Palma Arena, el Faisán, y muchos más que aún por tener una menor repercusión mediática no dejan de ser igual de deleznables. Hablo de economía, o mejor dicho de lo que queda de ella: Paro, IPC, Standard & Poor’s, el desastre financiero de Grecia, y miles de titulares más. Hablo de justicia o la falta de la misma: Garzón, Estatut Catalán, violencia de género, escándalo en el centro penitenciario Madrid II, y muchos más que la memoria de mi disco duro particular, es decir la única neurona que aún me queda más o menos intacta, no recuerda con detalle en estos momentos. Pues a pesar de todo esto y mucho más, hoy he decidido mezclar en este escrito otros temas ligados a la banalidad de la vida, no de menos interés para algunos, pero de lejos menos transcendentes y sesudos que los mencionados anteriormente. Me apetece hablar de un torero, de un equipo de fútbol, de una muerte en la montaña, de estas cosas que también son noticias y que en mi despiertan sensaciones distintas, algunas ligadas a la admiración, otras a la alegría e ilusión ajena, otras a la angustia y la desazón.
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Empiezo con José Tomas, el último mito viviente de la Fiesta Nacional, el maestro de Galapagar, el torero que arrastra a las masas y por el que los aficionados son capaces de pagar 6.000 € en la reventa por ser uno de los pocos espectadores que tengan el privilegio de verle una tarde en la próxima feria de Las Ventas. No quiero hablar del torero, del mito, quiero expresar mi admiración por el hombre capaz de recuperarse en una semana de una cornada de 20 centímetros que apunto estuvo de arrebatarle la vida a borbotones. “Navegante” le destrozó la vena y arteria femoral, perdió más de un litro de sangre entre la arena y la enfermería y después de 28 minutos angustiosos y transfundirle más de ocho litros de sangre se le estabilizó para poderle trasladar en helicóptero a un hospital. Es un milagro que después de este trance a la semana esté dado de alta y ya fuera del hospital. Me admira la capacidad ilimitada de recuperación que ha tenido este señor. En general los toreros son de otra pasta, un poco alienígenas. Trato de ponerme en su lugar y pienso que simplemente con el revolcón, el impacto en el suelo, la angustia y el miedo que debió pasar, yo hubiese estado al menos un mes en el hospital, si encima hubiese perdido tal cantidad de sangre y sometido a una operación a vida y muerte todavía el día de fin de año estaría convaleciente de semejante trauma. Sinceramente no entiendo como el resto de los mortales necesitamos un tiempo de recuperación infinitamente superior a estos hombres que semana a semana se juegan la vida y tienen el cuerpo sembrado de costurones. José Tomas no es de este mundo, si esto exclaman sus fieles seguidores y admiradores por el arte que despliega en el toreo, yo lo exclamo por su infinita capacidad de recuperación. Desde hoy no soy quién para elevar una queja, por mínima que sea, cuando al levantarme cada mañana y para saber que sigo vivo descubro que el cuerpo donde mi alma habita está dolorido en cada rincón de su esqueleto y su grupo muscular.
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Elevemos un grito de júbilo por todos los atléticos de bien que hay por el mundo. Ahí tienen a su equipo, a punto de hacer otro doblete y volviendo a una final de Europa después de 24 años. Yo no soy muy aficionado al fútbol y en cualquier caso pertenecería al eterno rival, al equipo al que cualquier atlético de pro quiere ver humillado partido tras partido, da igual que se trate de una competición oficial o un amistoso con el Alpedrete, el Madrid ha de perder siempre y si es posible por goleada o por penalti injusto en el último minuto. Hago esta aclaración para que nadie pueda confundir mi reconocimiento con la pasión del hincha por sus colores. Pero he de reconocer que me encanta la afición de este club. Tengo amigos y amigas que son fieles seguidores y cada año vivo a través de ellos todo tipo de sensaciones y de sentimientos. Son los más fieles seguidores y pase lo que pase siempre están al lado de su equipo. Este es un pequeño homenaje a todos ellos, por sufrir como sufren, por aguantar como aguantan, por vivir como viven cada semana las aventuras y desventuras de su equipo. Pasan de rozar el cielo a las profundidades del infierno, conviven con sus disgustos sin perder un átomo de entrega. Son atléticos desde que se levantan por la mañana hasta que se vuelven a la cama, lo viven y hacen que lo vivan todos los que a su alrededor estamos. Creo que es de justicia que este Atlético consiga el doblete tan ansiado y que con él vean recompensado tantos años de sufrimiento. Este mes de mayo y durante dos tardes me sumare a todos ellos, y viviré con la misma ilusión el triunfo del equipo de sus amores. Por una vez todos debemos estar al lado de una de las mejores aficiones del mundo, por una vez al menos debemos sumar nuestra ilusión y apoyo a la de todos ellos. Aupa Atlético de Madrid ¡!! Y a por el doblete!!! 2010 será seguro otro año histórico, y en Mayo doble chapuzón para muchos en la Plaza de Neptuno.
 







Y de la alegría y la ilusión a la desesperación, a la angustia y la desazón. Esta semana en el Annapurna ha muerto Tolo Calafat, un montañero, un ser que pertenece también a otra rara especie de nuestro mundo. Ellos son conscientes siempre del riesgo que asumen en cada reto propuesto. Ellos son los primeros en respetar a la montaña y conocen como nadie los peligros que cada pico al que ascienden esconden en sus entrañas. Tienen sus códigos, en el peligro y la superación encuentra la recompensa a todos sus esfuerzos. No suben engañados, saben que siempre puede ser la última vez, que nadie es infalible y que antes algún que otro compañero y amigo ha dejado su vida en las laderas de cualquiera de los “ocho mil” a los que ellos se enfrentan. Lo peor de la muerte de Tolo Calafat ha sido como se ha producido. Sólo, enfermo pero consciente de que llegaba su último momento. No ha sido un accidente que le robase la vida en unos instantes, ha estado en la montaña sabiendo que sus horas se acababan, que sus días terminaban y que allí dejaba su vida. Es imposible sentirse más sólo, es imposible aceptar que no volverás a ver a tus seres queridos, que la vida se te escapa y que a una edad aún temprana inicias el último viaje sin retorno. No puedo, ni quiero, imaginar la angustia y seguro que el miedo que se debe sentir en esos últimos momentos. He seguido el desenlace con la última esperanza que sus compañeros lograrán rescatar su cuerpo aún con vida, he deseado un milagro por alguien al que no conozco de nada, he sentido el dolor de sus familiares muy cerca. Me gusta la montaña, cada verano hago mis rutas como senderista por la sierra de Madrid. No sé si las sensaciones que a mi me invaden cuando año tras año corono el Peñalara tienen algo que ver con lo que ellos sienten en estas montañas de más de ocho mil metros de altitud, me imagino que las de ellos, las de Tolo, se multiplicarán exponencialmente por la dificultad y el esfuerzo realizado, por la satisfacción de su triunfo sobre el reto de la naturaleza en condiciones y dificultades extremas. Pero a pesar de todo ello cuando al final te encuentras sólo, abandonado y consciente de que la solución no ha de llegar y que el final está a punto de producirse, el sentimiento de angustia, el miedo y la soledad deben de ser absolutos. Estoy seguro de ello porque a miles de kilómetros de distancia estas mismas sensaciones me han invadido a mí por él. Han sido unos días tremendos, han sido muy duros y lo que pienso que es peor, es que los volveremos a revivir dentro de un tiempo, sufriendo y acompañando en la distancia el final de otro intrépido montañero que no podrá con el esfuerzo de imponerse al reto de vencer a cualquier gigante de la naturaleza.
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