domingo, 11 de abril de 2010

Amigo.



Qué corta es esta palabra y lo mucho que encierra dentro. Con que soltura la utilizamos, con que alegría hacemos uso de ella, y la mayoría de las veces con escaso acierto, muy a la ligera, y aplicando el término de forma gratuita a mucha gente que no pasa de ser un mero conocido. Tengo la sensación que hay mucha gente que la utiliza como si les diesen puntos descuento en un gran almacén por acumular el mayor número de amigos posibles.
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Creo que no somos lo suficientemente sinceros con nosotros mismos, ni con los demás. Nos encanta etiquetar, o necesitamos etiquetar, con esta palabra a infinidad de personas que al fin y a la postre nos ocupan y preocupan relativamente poco. Necesitamos presumir, vanagloriarnos de tener una cantidad ingente de amigos en nuestras vidas. Me sorprende cada día más la facilidad que tenemos, en general, para asociar una relación efímera a un contrato de amistad. Quizás lo vivo de manera exagerada por trabajar en un sector donde las relaciones personales son importantes, en una actividad donde presumir de conocer a un fulano es un valor añadido a nuestra persona, pero realmente cada día me molesta más ver como se utiliza de forma tan vaga este sentimiento. Repito a diario situaciones donde cualquiera te ofrece la posibilidad de contactar con alguien bajo la coartada de que es muy amigo suyo. Se ofrecen contactos, negocios, favores, reuniones con gente que a priori son íntimos de tu interlocutor en cada momento. La realidad al final es bien otra, ese amigo íntimo no deja de ser un conocido o un simple compromiso, alguien que en alguna ocasión ha tenido la oportunidad de conocer y como mucho ha repetido una serie de citas todas ellas vinculadas a situaciones profesionales más o menos agradables. De amigo, nada de nada, a lo sumo conocido, y la persona ofertada como tal tendría que hacer memoria de cuando, donde y como conoció a tu oferente.
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No quiero caer en la misma trampa, y no sé si algunas veces yo mismo he pecado de la misma falta y he presumido de amistades inciertas sólo por el hecho de sentirme importante en mi entorno profesional. Si ha sido así, desde aquí me disculpo tanto con la persona a la que he podido ofrecer una amistad que no era, como con la persona ofrecida como tal sin serlo.
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No es que no reconozca el verdadero valor de la amistad, he tenido la suerte de compartir este sentimiento con algunas personas durante toda mi vida, sentimiento cierto que perdura siempre, y que realmente haces y te hacen valedor de él un reducido grupo de las muchas que conoces en las distintas etapas de tu vida. Si hoy comparto esta reflexión es porque en esta semana pasada he mantenido un par de conversaciones telefónicas con dos amigos, y en ambas cuando nos hemos despedido ellos utilizaron la misma expresión: “Un fuerte abrazo, amigo”. Fueron muy seguidas y me llamó la atención la misma fórmula de despedida, y me llamó la atención especialmente lo bien utilizada que había sido por ambos la misma palabra. Somos amigos y así lo manifestaban, no era ligera la expresión, no era gratuita, encerraba en los dos casos un sentimiento cierto y verdadero, un sentimiento intenso y para mí un privilegio. Realmente el que tiene un amigo tiene un tesoro, y los tesoros de gran valor se encuentran en contadas ocasiones.
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1 comentario:

Juan Manuel Beltrán dijo...

Especialmente acertado el comentario. Habría que crear una palabra que definiera con exactitud y propiedad ese tipo de relación que, fuera de una situación laboral o social, no es nada, no tiene contenido y nada aporta.
Estamos todos demasiado orientados hacia la parte luminosa de la juerga y las vivencias agradables donde todo el mundo es bueno, cuando la realidad nos dice que "amigo, de verdad,es aquel que aparece justo cuando a tu alrededor todo es silencio, olvido, oscuridad y miedo. El que está cuando sólo se puede compartir pena, escasez, inseguridad y dolor, pero desaparece cuando los demás retornan a la luz de las falsas apariencias".