Hace poco más de cuatro años escribí lo que a continuación voy a compartir con vosotros. Realmente y como mi hermano Antonio me dijo un día, desnudo en exceso mi alma públicamente. No sé a que corresponde este ejercicio. No estoy seguro si es una necesidad, una obligación, o simplemente parte de una terapia para luchar contra el dolor que aún siento. Pasan los años y los recuerdos del ayer son aún, si caben, más presentes en intensidad, más reales en las largas noches de insomnio, más generosos con los detalles, con las palabras que nunca llegaron a salir por la voz quebrada por el llanto.
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Hoy tengo la necesidad de compartir dolor, angustia y llanto. Quizás, y sin saberlo, estoy empezando a curar estas heridas del alma, cicatrizando algunas de las muchas que el tiempo y la vida han ido surcando en mi.
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No busco consuelo, sólo pretendo mirar a mis fantasmas de cara y sin rodeos, sólo intento imponer la vida a la muerte, la esperanza al dolor, el principio al fin.
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Desde mi tristeza más profunda, hoy escribo estas pocas líneas reflejo todas ellas del profundo pesar que invade todo mi ser y toda mi alma.
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Desde mi tristeza más profunda, desde el dolor más agudo, desde el llanto más amargo, la desesperanza y el miedo.
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La visión de nuevo de la enfermedad estigma de toda la familia, la visión de nuevo del dolor en los seres más queridos, la visión una vez más del deterioro físico de los seres más amados.
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La aceptación del mal en las figuras del bien, la aceptación del desarrollo de la mísera enfermedad, la aceptación del sufrimiento, aceptar en sí a la maldita enfermedad que día a día, hora a hora, minuto a minuto, no descansa y no deja de erosionar la bondad del enfermo, la belleza de sus sentimientos, la voluntad de luchar, la alegría por vivir.
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Por las lágrimas que ahora invaden mis ojos, nublan mi vista y se escurren por mis mejillas. Por los sollozos no emitidos, por los gritos ahogados en mi garganta, por la rabia contenida, por la sin razón de la razón, por la falsa apariencia de una fortaleza que no tengo, no quiero y renuncio de ella, por la presencia de ánimo que me exijo, por todo esto, por todo aquello que siento y no soy capaz de expresar en palabras de dolor y amargura.
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Ser humano, ser débil, sentir y sufrir, perseguir y no alcanzar, vulnerable y cobarde me siento. Lejos estoy de poder ofrecer lo mejor de mi mismo a los que más me necesitan, dolor es lo que emano, miedo lo que transmito, y al final desesperanza es lo que estoy dando cuando de mi esperan fortaleza, control, lucha y sobre las demás cosas AMOR con mayúsculas, el amor verdadero, el amor que contra todo puede y a todo lo gana, el AMOR del hermano, del sobrino, del amigo, y al final del camino, también del guía que ayuda a llegar al final, al punto sin retorno, al momento de la Paz que apaga todos los dolores y todos los sufrimientos.
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Dolor, mucho dolor, tristeza, pena y amargura.
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Vida, muerte, llanto, y miedo.
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A ti Paco, y a ti Ricardo que con sólo traer vuestros nombres al papel me provocáis un torrente de sentimientos, a vosotros que estáis sufriendo, a vosotros que desde el dolor y el miedo al abismo de la enfermedad hacéis que el tiempo compartido sea el más cálido y entrañable, el más amoroso y sentido, el más verdadero y querido, a ambos quiero deciros: os quiero, y quiero quereros hoy, mañana y siempre.
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