lunes, 14 de diciembre de 2009

La Nieve y la Rosa. (Rodrigo Simancas)



Estamos de enhorabuena. Ya tenemos el primer cuento. Además debemos alegrarnos doblemente, porque podemos compartir un relato maravilloso, un relato sensacional e increible. Creo que somos afortunados, yo el primero, por tener a Rodrigo entre nosotros. No sólo es un buen amigo, es una persona con una capacidad envidiable a la hora de crear, de escribir, de relatar y contar cosas extraordinarias. Me encanta todo lo que escribe, envídio su facilidad para utilizar la palabra como una herramienta capaz de traer del mundo de las ideas relatos como el que hoy ha tenido a bien ofrecernos. Es inmensamente generoso en el esfuerzo y no tengo palabras de gratitud suficiente para corresponder a su generosidad. Seguramente las palabras sencillas son las más apropiadas para intentar valorar los grandes gestos, los mayores actos. Por tanto sólo puedo decir: Gracias Rodrigo, y a todos vosotros disfrutar de una gran obra creativa en un formato pequeño, aún más difícil todavía.

Entre la vigilia de la mañana y el despertar invernal hubo un tiempo en el que hombres y leyendas moraban la tierra. En aquél mundo la nieve lo cubría todo con su manto helado, frío como el abrazo de la más gélida parca. El viento invadía los silencios y los cantos no eran más que vagos recuerdos de un gemir de grillos en una antigua cantinela... en el aquel mundo estaba prohibido soñar, siquiera imaginar despierto, que un mundo cálido esperaba al final de tan desesperada estación.
De este modo, en la aburrida vigilia, todos se conformaron con un mundo compuesto de grises y blancos... pero aquel día algo diferente sucedió, un hecho insólito que sobrecogió a los adustos y hoscos Señores de aquellas tierras: sobre una suave colina de las praderas congeladas del sur, un leve rayo de luz, como un susurro se posó y desbrozó la gélida superficie, y de la misma, un extraño espécimen brotó: una rosa.
Temerosos enviaron a todos sus ejércitos con la misión irrevocable de arrancar aquel ser extraterrestre de la tierra que ellos mismos pisaban y arrojarla al lago perpetuamente helado del reino oscuro del norte; todo antes de que ningún vasallo fuese consciente de su existencia.
De este modo miles de hombres se acercaron cautelosos y fue el General Durthian el encargado de arrebatar a aquella aberración de su arraigo. Cauteloso, forjado en mil batallas, se postró ante aquella maravilla y desenvainando su espada asestó un terrible mandoble en pleno tallo... el estruendo fue equiparable a mil doncellas gritando al uníoslo, el cielo pareció desplomarse en aquel preciso instante, la espada se quebró y ante la mirada perpleja de aquellos ejércitos, la rosa permanecía hierática, sin más rasguño que una espina quebrada de la que manó una gota de sangre de color azul, la cual resbaló y cayó clavándose en la nieve como una estaca... el terreno comenzó a temblar y la rosa comenzó a crecer hasta alcanzar la altura del General que pavoroso observó cómo de la lágrima azul manó un halo hasta el gris cielo, y ya en las alturas comenzó a diluir tan monótona paleta en un azul intenso. Un grito de pavor surgió de las gargantas de aquellos valientes. Aturdido, el General asestó otro golpe con otro sable entre sus temibles espinas, ya como saetas, y de nuevo otro estallido irrumpió en el campo de batalla, y de nuevo, tan solo un leve rasguño y otra espada rota, pero ahora un gota de color amarillo brotó del leve rasguño en su tallo, y al caer al suelo, su halo se concentró en una esfera incandescente en pleno cielo... el Día vino a nacer y desesperados vieron cómo la rosa alcanzó la altura de un castillo.

El terror del Mariscal de campo escapó de su garganta en forma de orden fulminante: ¡aniquilar a la bestia!. Y así, los ejércitos se abalanzaron sobre la inmóvil rosa descargando todo su pavor con sus lanzas, saetas, arcos, piedras, fuego griego, conjuros... y a cada golpe la Rosa duplicaba su tamaño y a cada golpe una nueva gota de color caía a la tierra. En su terror los ejércitos no vieron dibujarse un prado verde, ni árboles crecer en sus laderas. En su rabia no vieron ríos correr arrastrando en su lecho a infelices. Ni a caballos surcar el horizonte. Ni a mariposas esquivar sus flechas. No vieron cómo los niños se acercaban y cómo uno de los más pequeños avanzaba en plena algarabía.... su padre, el Coronel Lumbarth ordenó que la lucha parase de ipso facto... todos pararon, todos callaron y todos vieron como aquella tierna criatura se acercó a la enorme Rosa, ahora ya una montaña, y cómo la abrazaba y besaba. En ese mismo instante, sus pétalos se desplegaron como velas de un barco mastodóntico, y de su seno comenzaron a brotar nubes de colores que comenzaron a regar todas aquellas adustas tierras, transformando el blanco y el gris en un mundo vivo, un mundo alegre, un mundo repleto de vida, de sonidos, de canciones de jilgueros... y de risas de niños.

La batalla había terminado y el mundo había comenzado a latir.

No hay comentarios: