viernes, 20 de septiembre de 2024

El novio de la muerte



Dicen los versos de este cuplé:

 

“Nadie en el tercio sabía,

Quien era aquel legionario

Tan audaz y temerario

Que en la legión se alistó”

 

Pues no es cierto. Hoy me he enterado de que sí, que la Legión conocía la identidad del mismo.

Leyendo un diario digital me he encontrado con un artículo de Raúl José Martín Palma que pone nombre y apellidos al susodicho.

La identidad de aquel valeroso legionario es conocida. Se llamaba Baltasar Queija de la Vega, onubense nacido en 1902 en Minas de Riotinto.



Queija de la Vega se alisto en octubre de 1920, firmando un compromiso por tres años. En 1921 defendiendo un yacimiento de agua, cerca de Sidi Ifni, los legionarios fueron atacados a la media noche por una partida de rifeños. uno de los tiros de los insurgentes había herido mortalmente a Queija de la Vega quien, a pesar de estar moribundo, se mantuvo fuertemente aferrado a su fusil. Antes de huir, el enemigo intentó apoderarse del arma y, al descubrir que el valiente legionario seguía con vida, fue pasado a cuchillo. Fue el único muerto del ataque.

Tras el asalto de los rifeños, los compañeros de Queija de la Vega, de acuerdo «con el sagrado juramento de no abandonar jamás un hombre en el campo hasta perecer todos» , se aprestaron a recoger su cadáver. 

Se cuenta que, días antes, nuestro protagonista había recibido una carta que le informaba del fallecimiento de la mujer de sus amores. Y que, desde ese mismo momento, había tomado la determinación de unirse a la muerte con la primera bala que llegase.

Ésta es la trágica historia que inspiró la composición de la más famosa de las canciones de la Legión: El novio de la muerte.

En el mes de julio de 1921, el letrista Fidel Prado Duque invitó a una cupletista de moda, Lola Montes, a escuchar la interpretación de su más reciente composición. La música la había puesto el catalán Juan Costa Casals. La audición emocionó a todos los presentes, de forma que Lola Montes incorporó el cuplé a su repertorio. Sería estrenado poco después en el teatro Vital Aza. El cuplé fue escuchado por Carmen Angoloti Mesa, duquesa de la Victoria, quien se convertiría en la principal responsable de la Cruz Roja española durante la guerra del Rif. La duquesa pidió a Lola Montes que interpretase la canción en Melilla para elevar la moral de la población. Sobre la ciudad española se cernían miles de cabileños acaudillados por Abd el-Krim dispuestos a aniquilar a la población.

La canción se estrenó en tierras africanas el 30 de julio, seis días después del desembarco de la Legión en socorro de Melilla tras una extenuante marcha de 101 kilómetros en día y medio. Al escucharla el entonces teniente coronel Millán Astray no dudó ni un instante en incorporar el cuplé al repertorio legionario. Únicamente se hicieron los retoques imprescindibles para adaptar la composición al ritmo de la marcha legionaria.

Esta es la verdadera historia de la más afamada canción del cuerpo de la legión. No es el himno de este cuerpo militar, pero sin duda alguna muchos de nosotros la conocemos desde hace mucho tiempo y la hemos escuchado en muchas y diversas ocasiones.

Yo he de reconocer que me encanta. Además, intento ver cada Jueves Santo la procesión del Cristo de la Buena Muerte.

 Seguramente mi año de servicio militar en Ceuta, y los desfiles en los que me tocó participar junto al cuerpo de la legión, mi destino allí fue el de Artillería, me permitieron aprender la letra de la canción y desde entonces, después de más de treinta años, aún la mantengo entre el repertorio de mis canciones favoritas.

Cosas del pasado que han formado parte de mi particular historia.


viernes, 6 de septiembre de 2024

Volver a las andadas.


 

Llevo mucho más tiempo de lo que siempre había imaginado sin hacer este ejercicio que tanto me deleita que es el de la escritura. Sin motivos aparentes, sin razones contundentes, sin casi querer, un día me alejé de esta mi mesa y este mi ordenador, y me olvidé, sin muchos remordimientos, del placer que me proporcionaba el hecho de dedicar con frecuencia un tiempo para escribir.

No puedo esconderme detrás de ninguna razón, no he sufrido grandes alteraciones en mi vida que justificasen este abandono. Ni tan siquiera puedo decir que sintiese el impulso de hacerlo y una incapacidad creativa me lo impidiese. Simple y llanamente lo dejé de hacer.

Tampoco puedo justificar esta desidia por un cambio de hábito. Mantengo la mayoría de ellos, los que me han acompañado durante muchos años de mi vida, especialmente la lectura, complemento imprescindible de la escritura. Mi vida no es más compleja, ni más emocionante. Sigo siendo un tipo normal, con una vida normal, con tiempo suficiente, especialmente los fines de semana, para ocupar un rato cada día para rellenar alguna hoja en blanco con mis ideas, pensamientos e incluso mis sentimientos.

Hoy vuelvo a esta cita con la intención de quedarme algún tiempo, espero que mucho tiempo, e intentar recuperar un placer satisfactorio y un poco egocéntrico, no está de más reconocerlo, que tan alejado he mantenido de mi persona.

Me siento entumecido, con falta de ritmo en el flujo de las ideas, torpe en la selección de las palabras adecuadas, pero convencido, a la vez, que según vaya recuperando el hábito, poco a poco alcanzaré el nivel de prosa que tuve hace ya algunos años, ni bueno ni malo simplemente el suficiente para mi propio deleite y conformidad.

No me planteo cuales serán las nuevas andanzas. Desconozco los vericuetos de los nuevos caminos. Tendré que recorrer nuevas sendas que aún hoy son desconocidas para mí, y están por descubrir. No sé si mis escritos serán trascendentes o por el contrario llenos de banalidades. No sé si habrá más opinión en ellos, o simplemente pensamientos vagos que quiera compartir. Desconozco si hablaré de mis sentimientos y sensaciones. Posiblemente habrá, como en el pasado, un poco de todo ello. No busco ser relevante, ni el aplauso o la crítica de nadie. Es simplemente un ejercicio egoísta con un placer personal que quiero y pretendo recuperar.

Hace unos días en un evento de mi sector profesional tuve la ocasión de escuchar a un poeta, Fernando Beltrán, que se definió así mismo además de poeta como nombrador. Y un nombrador, ha conseguido que la Real Academia Española reconozca este vocablo, es una persona que se dedica a hacer nombres para empresas. Nos ilustró con una serie de ellos que ha realizado, algunos muy conocidos y para compañías muy importantes de nuestro país, pero de toda su ponencia yo me quedé con algo que dijo y me llegó muy dentro:” Amo a las palabras y siempre he querido vivir de ellas”.

En mi caso, no pretendo vivir de las palabras, ni mucho menos, no creo que llegue a amarlas, pero si reconozco que disfruto mucho con ellas, tanto al leerlas en los libros como al utilizarlas cuando escribo.

Doy por bueno este primer escrito de esta nueva etapa. No lo alargo mucho más, no puedo enroscarme dando vueltas a lo mismo. He decidido volver a las andadas, a mis andadas, y ahora sólo queda cumplir el compromiso adquirido.