viernes, 1 de mayo de 2015

El genocidio de la honestidad.




La honestidad es un valor o cualidad propia de los seres humanos que tiene una estrecha relación con los principios de verdad y justicia, y con la integridad moral. Una persona honesta es aquella que procura siempre anteponer la verdad en sus pensamientos, expresiones y acciones. Así, esta cualidad no sólo tiene que ver con la relación de un individuo con otro u otros o con el mundo, sino que también puede decirse que un sujeto es honesto consigo mismo cuando tiene un grado de autoconciencia significativo, y es coherente con lo que piensa.
Genocidio es el exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad.
Con los conceptos claros desde el inicio y adaptando a mi interés con una mínima licencia el significado de genocidio, declaro con la solemnidad que se merece el exterminio de la honestidad.
Nuestra sociedad ha eliminado de manera sistemática éste valor que antaño era una cualidad propia de nuestra especie. No puedo señalar cuando fue el inicio de tal devastadora catástrofe, no encuentro el origen exacto de tan dañina eliminación, pero hoy sé que, con honrosas excepciones a la vez que mínimas, el ser humano ha fulminado de sus principios uno de sus más importantes valores.
La verdad unida a la justicia y la total integridad se desvanecen en nuestras relaciones. Creo que mucho tiene que ver con una autoindulgencia mal entendida, también con la escasa autocrítica de cada uno, y la ponderación benévola que nos aplicamos de los principios de justicia e integridad. Siendo inconscientes en la mayoría de los casos nos hemos desprendido de todo aquello que nos incomoda, nos molesta, y supone un freno a la hora de alcanzar un banal confort.
Ser honesto es más difícil, es más complicado, en ocasiones incluso supone un esfuerzo denodado por el desafecto de los demás. Ser honesto en esta sociedad, que más se parece a un gigante estercolero, implica una lucha interior por la incomprensión generalizada y una confrontación con aquellos quienes te rodean. La ruindad instalada en los acomodados, en los resignados y en los hipócritas, hace de los honestos un grupo marginal, incómodo para el resto de las conciencias y prescindible socialmente. Nadie quiere oír las verdades del barquero, a nadie le gusta enfrentarse con sus míseros comportamientos, la cobardía humana rechaza ver en un congénere aquello que les recuerda sus peores cualidades. Es mejor que el honesto desaparezca de la faz de la tierra, es preferible moldear la injusticia y la mentira a los propios intereses para que la conciencia no castigue el alma y vivir una mentira de espalda a la justa realidad.
Honestidad, verdad, justicia, integridad y coherencia están íntimamente relacionados en las personas valientes. Son los pilares básicos del conjunto de valores que determinan el bien y el mal. La ausencia de éstos nos conduce irremediablemente a una vida despreciable, abyecta, e infame. Nos hacen sin duda alguna peores personas, más ruines, viles e indignos como seres humanos.
Me duele profundamente estar viviendo este genocidio, comprobar comportamientos miserables e injustos, me duele hasta decir basta descubrir la incoherencia y la falta de integridad en personas cercanas. Me duele la cobardía ajena, la omertá con que algunos callan y tapan la verdad.
No presumo de nada, no me señalo como ejemplo de nada, sólo intento mantener una coherencia que a la vez recoja en mi persona la integridad y la honestidad suficiente para intentar cada día vivir en la verdad y la justicia. No impongo mi razón a nadie, respeto la diferenciación con los demás, pero al menos si pretendo que aquellos que pensando y actuando de forma diferente a la mía lo hagan desde la convicción de la defensa de sus principios.
Hoy sé que ser honesto te pasa un recibo muy caro de pagar en una sociedad donde las cualidades y los valores han dejado de importar.


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