Desde ayer Macondo está de luto. La familia Buendía vivirá
para siempre en soledad, ni cien años que pasen les devolverá la paternidad
perdida en una noche de mágica luna llena. José Arcadio Buendía y Ursula
Iguarán lloran en silencio, junto a sus descendientes en seis generaciones más,
la muerte de un narrador universal, la muerte del gran fabulador de la magia,
la muerte del mayor exponente literario del realismo mágico.
Hasta Macondo seguro se acercarán todos y cada uno de sus
personajes para velar juntos el cadáver de Gabriel García Márquez.
En esas calles que olían en cada página de su gran novela, se
agolparán junto a los Buendía aquel Coronel quién no tenía quien le escribiese,
los hermanos Vicario autores del asesinato de Santiago Nasar en esa crónica de
una muerte anunciada. También han de llegar Miguel Litín desde su
clandestinidad en Chile, y porque no aquellas putas tristes que habitaban en su
memoria. Acudirán también el General fuera de su laberinto y el Patriarca en su
otoño, y también, por supuesto que no han de faltar Florentino Ariza y Fermina
Daza que vivieron siempre juntos amándose en los tiempos del cólera.
Ha muerto un contador de historias sin fin, un escritor que
hacía de la literatura un enorme juego, que utilizaba el lenguaje de la
imaginación, de la poesía, de la música, de los sentidos y sentimientos como
nadie.
Macondo hoy no es Macondo, ni tampoco Aracataca, Macondo hoy
ha perdido los colores de sus calles, la magia de su gente, ha perdido un
pedazo de su eterna locura imaginada.
Macondo hoy está de luto, el universo literario se siente
desconsolado, todos hemos perdido un trocito de una historia que durará muchos
más años de cien en el recuerdo siempre vivo de futuras generaciones. Gabriel
García Márquez nunca estará sólo, vivirá siempre acompañado en la memoria de
una humanidad que obtuvo sin pedirlo el regalo de una realidad casi siempre
mágica.
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