domingo, 21 de octubre de 2012

Txapetina




Este palabro que da nombre a la entrada de hoy no es invención mía. Ayer lo encontré en la viñeta de Ricardo & Nacho en el diario El Mundo. Como siempre me pareció fascinante y envidiable la capacidad que tienen para sintetizar la realidad con sus dibujos y a penas un par de palabras. La Txapetina como símbolo representa la unión de los nacionalismos vasco y catalán. Es la realidad que vive nuestro país, es una realidad incuestionable a pesar de todas las polémicas habidas o por haber.
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Parece llegado el momento del divorcio, de la separación de dos comunidades autónomas que aspiran a convertirse en estados independientes. Podemos estar de acuerdo o no, podemos pensar incluso si es el momento más idóneo para que ocurra la emancipación. Parece que los problemas económicos que atraviesa nuestro país no recomiendan realizar escisiones políticas, pero es cierto que cuando los sentimientos afloran con tal contundencia no hay nada ni nadie que puedan evitar una realidad que ha ido ganando adeptos año tras año desde hace ya varías décadas.
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No estoy de acuerdo con aquellos que declaran que todo esto es un mero problema económico, que cediendo en los acuerdos de financiación bilateral todo quedará resuelto. Creo que nuestros políticos no quieren ver una realidad que va mucho más allá. Ambos pueblos llevan demandando su salida de España desde tiempos pasados. Los caminos han sido muy diferentes, la violencia y la falta absoluta de libertad en uno de los casos, y la negociación siempre de índole económica en el otro. Hoy convergen ambos en una petición, parece que mayoritaria, de independencia. El resto podemos taparnos los ojos, incluso los oídos y las bocas, pero eso no ocultará una realidad que se impone día a día.
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El sentimiento de orgullo y pertenencia se ha puesto de manifiesto y esto nada tiene que ver con las realidades políticas o económicas de los países. Cuando el conjunto de la ciudadanía de cualquier país reivindica estos sentimientos para ellos de forma exclusiva no hay ninguna otra razón que haga parar la marea. Nos pasa a todos, sin ser nacionalistas, sin tener una necesidad de confirmar nuestra pertenencia a ningún estado. Lo hemos vivido y lo vivimos cada día por ejemplo a través del deporte. Todos hemos sido españoles con los triunfos de nuestra selección de fútbol, o con los títulos ganados por nuestros deportistas o equipos en cualquier competición. En esos momentos aflora nuestro orgullo, nuestro sentimiento más profundo de pertenecer al país que ha ganado imponiéndose a todos sus contrarios. Aquí no hay más, nos olvidamos del dinero, de los intereses, de las primas de riesgos, de la intervención económica e incluso de todos los gobiernos que cada día nos ajustan el bolsillo un poco más.
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Seguramente durante años los políticos y gobernantes de estas comunidades han estado contando lo bueno que es ser distinto, lo bueno que es ser otro país, lo importante que es caminar solos y recorrer el resto de la historia como estados independientes. Es cierto que nadie ha contado lo malo y los problemas que estas decisiones pueden acarrear, pero ya es tarde, ya no hay marcha atrás, la idea está comprada y el objetivo está muy cerca y aunque lleguen muchos sacrificios y dificultades, hoy existe sólo una meta y hay que alcanzarla.
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Como las parejas malavenidas, llega un momento que es mejor estar sólo que mal acompañado. Estamos muy cerca de ese punto donde una pareja pasa de discutir sus diferencias con cierta racionalidad y cordura, a la confrontación más dura y despiadada estilo la película La Guerra de los Rose. Las relaciones se deben terminar de forma civilizada, cuando se impone la realidad de que uno de los dos no quiere seguir en un proyecto común es mejor dialogar, negociar y facilitar la separación, y con el paso del tiempo, en la lejanía, recomponer las bases, ajustarse a la nueva realidad e iniciar una nueva andadura en paz y tranquilidad. Creo que ha llegado el momento, creo que nuestros políticos han de ser sinceros, incluso generosos en el reparto de los bienes materiales y romper peras. Todos nos cansamos de escuchar reproches, acusaciones, insidias y mentiras. Seguir forzando una relación terminada carece de sentido. Seamos razonables y respetuosos, seamos todos generosos, rompamos lazos desde la racionalidad y dejemos que cada cual elija su propio camino. Los ciudadanos que estando en cualquiera de las naciones resultantes quieran cambiar su domicilio, lo harán de igual manera que los hijos mayores de edad y aún dependientes de la economía familiar deciden si ir a vivir con su madre o su padre. Dejemos que la libertad de elección de cada cual determine los futuros individuales.
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En el mismo símil declaro que estoy harto de las broncas que hoy vivimos cada día, que se peleen en nombre mío para defender una unión que ya carece de sentido. Bastante tengo cada día como para ser testigo de una relación podrida que de forma ficticia se nos impone, es mejor romper y hacerlo de frente y por derecho, en este tema además uno no puede ir a por tabaco y no volver. 
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