Este palabro que da nombre a la entrada de hoy no es
invención mía. Ayer lo encontré en la viñeta de Ricardo & Nacho en el
diario El Mundo. Como siempre me pareció fascinante y envidiable la capacidad
que tienen para sintetizar la realidad con sus dibujos y a penas un par de
palabras. La Txapetina como símbolo representa la unión de los nacionalismos
vasco y catalán. Es la realidad que vive nuestro país, es una realidad
incuestionable a pesar de todas las polémicas habidas o por haber.
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Parece llegado el momento del divorcio, de la
separación de dos comunidades autónomas que aspiran a convertirse en estados
independientes. Podemos estar de acuerdo o no, podemos pensar incluso si es el
momento más idóneo para que ocurra la emancipación. Parece que los problemas
económicos que atraviesa nuestro país no recomiendan realizar escisiones
políticas, pero es cierto que cuando los sentimientos afloran con tal
contundencia no hay nada ni nadie que puedan evitar una realidad que ha ido
ganando adeptos año tras año desde hace ya varías décadas.
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No estoy de acuerdo con aquellos que declaran que todo
esto es un mero problema económico, que cediendo en los acuerdos de
financiación bilateral todo quedará resuelto. Creo que nuestros políticos no
quieren ver una realidad que va mucho más allá. Ambos pueblos llevan demandando
su salida de España desde tiempos pasados. Los caminos han sido muy diferentes,
la violencia y la falta absoluta de libertad en uno de los casos, y la
negociación siempre de índole económica en el otro. Hoy convergen ambos en una
petición, parece que mayoritaria, de independencia. El resto podemos taparnos
los ojos, incluso los oídos y las bocas, pero eso no ocultará una realidad que
se impone día a día.
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El sentimiento de orgullo y pertenencia se ha puesto
de manifiesto y esto nada tiene que ver con las realidades políticas o
económicas de los países. Cuando el conjunto de la ciudadanía de cualquier país
reivindica estos sentimientos para ellos de forma exclusiva no hay ninguna otra
razón que haga parar la marea. Nos pasa a todos, sin ser nacionalistas, sin
tener una necesidad de confirmar nuestra pertenencia a ningún estado. Lo hemos
vivido y lo vivimos cada día por ejemplo a través del deporte. Todos hemos sido
españoles con los triunfos de nuestra selección de fútbol, o con los títulos
ganados por nuestros deportistas o equipos en cualquier competición. En esos
momentos aflora nuestro orgullo, nuestro sentimiento más profundo de pertenecer
al país que ha ganado imponiéndose a todos sus contrarios. Aquí no hay más, nos
olvidamos del dinero, de los intereses, de las primas de riesgos, de la
intervención económica e incluso de todos los gobiernos que cada día nos
ajustan el bolsillo un poco más.
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Seguramente durante años los políticos y gobernantes
de estas comunidades han estado contando lo bueno que es ser distinto, lo bueno
que es ser otro país, lo importante que es caminar solos y recorrer el resto de
la historia como estados independientes. Es cierto que nadie ha contado lo malo
y los problemas que estas decisiones pueden acarrear, pero ya es tarde, ya no
hay marcha atrás, la idea está comprada y el objetivo está muy cerca y aunque
lleguen muchos sacrificios y dificultades, hoy existe sólo una meta y hay que
alcanzarla.
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Como las parejas malavenidas, llega un momento que es
mejor estar sólo que mal acompañado. Estamos muy cerca de ese punto donde una
pareja pasa de discutir sus diferencias con cierta racionalidad y cordura, a la
confrontación más dura y despiadada estilo la película La Guerra de los Rose.
Las relaciones se deben terminar de forma civilizada, cuando se impone la
realidad de que uno de los dos no quiere seguir en un proyecto común es mejor
dialogar, negociar y facilitar la separación, y con el paso del tiempo, en la
lejanía, recomponer las bases, ajustarse a la nueva realidad e iniciar una
nueva andadura en paz y tranquilidad. Creo que ha llegado el momento, creo que
nuestros políticos han de ser sinceros, incluso generosos en el reparto de los
bienes materiales y romper peras. Todos nos cansamos de escuchar reproches,
acusaciones, insidias y mentiras. Seguir forzando una relación terminada carece
de sentido. Seamos razonables y respetuosos, seamos todos generosos, rompamos
lazos desde la racionalidad y dejemos que cada cual elija su propio camino. Los
ciudadanos que estando en cualquiera de las naciones resultantes quieran
cambiar su domicilio, lo harán de igual manera que los hijos mayores de edad y
aún dependientes de la economía familiar deciden si ir a vivir con su madre o
su padre. Dejemos que la libertad de elección de cada cual determine los
futuros individuales.
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En el mismo símil declaro que estoy harto de las broncas
que hoy vivimos cada día, que se peleen en nombre mío para defender una unión
que ya carece de sentido. Bastante tengo cada día como para ser testigo de una
relación podrida que de forma ficticia se nos impone, es mejor romper y hacerlo
de frente y por derecho, en este tema además uno no puede ir a por tabaco y no
volver.
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