Salvo se ha levanto muy pronto.
No ha podido conciliar el sueño en toda la noche. Ayer, sin duda alguna fue el
peor de sus días. No ha querido despertar a Livia, la ha dejado dormir un poco
más. A ella también le costó conciliar el sueño, se durmió casi con el amanecer
de este nuevo día.
Se ha vestido con su vieja
sudadera y un pantalón de chándal, y descalzo se ha ido a pasear por la playa.
No ha querido hacer ruido, y directamente ha renunciado a ese café expreso que
cada mañana le devuelve a la vida.
No quiere compañía, camina
abatido por la orilla de la playa dejando que las olas del mar mojen sus pies y
revitalicen su cuerpo. Su alma está dormida. Son tristes los pensamientos que
le acompañan. Le invade una congoja profunda y sus ojos están llenos de
lágrimas a punto de derramarse.
Sabe que todo ha terminado, ha
llegado la hora, el fin está próximo. Sus vidas siempre estuvieron ligadas. Ayer
le despidieron, le acompañaron todos en el último trayecto. Sabían que podía
pasar en cualquier momento, el propio cansancio de Salvo en los últimos años
era el más claro síntoma del agotamiento de él.
El camino ha sido largo,
veintinueve años juntos. Han vivido de todo, siempre en su Vigata natal, en
Lampedusa, siempre cerca de casa, Marinella. Han defendido la justicia más allá
de la propia justicia, han defendido la verdad, han luchado contra enemigos
organizados, sociedades delictivas. También es verdad que en todos estos años
han disfrutado de los placeres de la vida, y especialmente de la comida, y nos
han enseñado lo mejor de una gastronomía no por local menos espectacular.
Ayer, todos los que le
pertenecían, acompañando a Salvo y a Livia le ofrecieron su último adiós.
No faltó ninguno: Mimi Augello,
Fazio, Galluzzo, Catarella. También el Dr. Pascano y el fiscal Tommaseo.
Adelina y sus hijos, Ingrid, y Niccolo Zito. Todos fueron a despedirle y
después y como no podía ser de otra manera terminaron cenando en la Trattoria
de Enzo. Un último homenaje a la altura del maestro.
Ayer, todos y cada uno de ellos
despidieron al gran maestro italiano de la novela negra: Andrea Camilleri. Se
fue con sólo 93 años, debería haber existido otros tantos para que, a pesar de
su ceguera de los últimos años, nos hubiese regalado muchos más momentos de
intriga, ironía, y su excelente hacer literario. Se ha ido un maestro de la
literatura y le echaremos siempre en falta.
Salvo está sólo en la playa,
llora en silencio su falta, llora en silencio un río de lágrimas. Él sabe que
su final está cerca, que cuando el maestro dejó el mundo de los vivos su final
llegaría en el mundo de las letras.
Salvo no conoce que hay un
episodio final. Queda una última entrega, hay un relato en un cajón de la mesa
del editor esperando ver la luz. Estaba todo previsto, el maestro no dejó nada
al azar. No sabemos cuándo, pero veremos su última entrega. En algún momento, y
a título póstumo, nos llegará a los fieles lectores del maestro Camilleri el
final del comisario Montalbano.
Ese día las lágrimas de
Montalbano serán nuestras lágrimas.