viernes, 28 de agosto de 2009

La Estética del Verano



De vuelta en casa. Se terminaron las vacaciones y en dos días vuelta al tajo. Finalmente y a pesar de todas las alertas naranjas y unas pocas amarillas decidí que bien merecidos estaban unos pocos días de descanso sin nada que hacer. Disfrutar de la playa, del mar, del pescadito frito, de buena lectura, de mis hijos, esa asignatura pendiente durante todo el año, y porque no decirlo de que te lo den todo hecho y no preocuparte de nada más que de las cosas poco útiles e intrascendentes.
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Han sido una decena de días mal contados, pero realmente suficientes para desconectar del trabajo, intentar no leer mucha prensa y alejarme del océano de malas noticias económicas, políticas, sanitarias y sociales. Ha sido un tiempo que he dedicado principalmente a lavar la mente y el alma, puse en marcha la lavadora de ideas, sentimientos, y sensaciones, configure el programa más avanzado y duradero y dejé que la máquina hiciese su trabajo. Necesitaba volver a las las labores cotidianas del día a día limpio como las patenas. En ese estado donde las neuronas se adormecen casi hasta la más absoluta de las inactividades, sólo quedo despierta mi capacidad de observación y el don de la curiosidad. En mis paseos solitarios cada tarde, o los que en compañía de mi hija dábamos por las mañanas de cada día por la playa, me dediqué a observar y me imagino que ser observado. Pero he de reconocer que además de atender las conversaciones inacabables de Belén, tiene el don de la palabra y la capacidad de hablar sin cesar horas y horas, de cualquier tema, y son muchos los que a una niña de escasos diez años le preocupa y le interesa, mi tarea principal ha sido escudriñar a la gente. Han sido exámenes visuales y auditivos profundos, han roto en mi la perplejidad y la capacidad de sorpresa en muchas ocasiones, y me han empujado en todas ellas a realizarme infinidad de reflexiones, aunque todas se resumían en la misma, la estética del verano.
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No quiero ser excesivamente crítico, no se trata de comparar estilos de vida, estilos de vestir, de comportarse, no es mi intención valorar lo que debe o no debe ser, pero realmente si es cierto como conclusión que el verano tiene su propia estética, o mejor dicho en muchos casos su falta de estética. En primer lugar he de reconocer que quizás el calor, el sol, la luz, el tiempo libre, la sensación de libertad que en vacaciones nos acompaña, libera muchos de nuestros frenos sociales que nos acompañan durante el resto del año. Estoy convencido que algún mecanismo químico o biológico se pone en marcha en nuestros cuerpos cuando les mandamos la señal de que iniciamos nuestras vacaciones. Deben de existir miles de inhibidores bioquímicos que se toman un merecido descanso en este periodo, dando rienda suelta a una absoluta sensación de libertad en la toma de nuestras decisiones. Cualquier mecanismo de autocontrol es destruido. He visto de todo, he visto las combinaciones de colores más estrambóticas imaginables, he visto pañuelos en la cabeza de señores que se disfrazan de piratas en la playa y con más de 33ºC, seguro que poco cómodo e incluso poco higiénico. me ha parecido ver trocitos de tela a modo de bikinis o bañadores estilo Speedo para ellos, marca que hizo furor en los jóvenes cuando el Meyba era el bañador de nuestros padres, no sólo el Sr. Fraga los usaba, en cuerpos que realmente deberían ser más tapados que lucidos, al menos por un pudor ajeno, evitar al resto de la especie humana tan dantesco espectáculo; he visto glotonería, comer como si de la última comida en vida se tratara, he visto beber hasta saciar la sed de todo un año. He podido ver a señores y señoras jugar en grupo con sus animadores, ellos grandes profesionales, a juegos infantiles, fútiles y pueriles. He visto competir como si de salvar la vida se tratara, por un premio ten valioso como un mechero, llavero, gorra o camiseta con el logotipo del hotel. He visto casi de todo y casi nada bueno. Que nadie se confunda, he pasado mis vacaciones en un destino muy digno, en un hotel nada barato, y con un ambiente a priori muy normal. Daba igual que se tratara de señores o señoras, jóvenes ellos y ellas, locales, nacionales o extranjeros. Estoy seguro que la mayoría de ellos gente con cierta responsabilidad profesional, respetables padres y madres de familia, niños bien, y algún que otro soltero y soltera de oro. No se trata de poder adquisitivo, de capacidad económica, es una cuestión de la estética liberadora a la que el verano nos invita. Creo que es un sentimiento extremado de liberación, creo que es una contraposición al formalismo del resto del año, estoy de vacaciones y en vacaciones todo vale. No es que trate de reivindicar el traje de lino y la camisa blanca en la playa para ellos, y los trajes de chaqueta para ellas, eso es sin duda antiguo, poco práctico y excesivo. No se trata de recrear los ambientes de los balnearios de principios del siglo pasado, pero en el término medio está la virtud, seguro. Uno tiene que ser tal cual es en invierno como en verano, uno es uno mismo siempre y en cualquier circunstancia, y dar cierta rienda suelta a los instintos es sano, estoy a favor de ello e incluso lo aliento y apoyo en muchas ocasiones. Pero ese sentimiento de libertad, de dejarnos ir, no es incompatible con una estética menos extrema, menos atrevida, llamativa y en la mayoría de los casos hortera.
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Yo mismo he sucumbido a esa llamada de la estética y en un ejercicio deliberado decidí no afeitarme y dejar crecer una barba anárquica y canosa en gran medida. No quiero decir que por ello me haya sentido un libertino, pero como gesto de refrenda de mi libertad y oposición a la obligación diaria del resto del año, el hecho de no afeitarme reafirmaba mi sensación de estar de vacaciones sin necesidad de pañuelo en la cabeza, combinación de colores chillones en mi vestimenta, Speedo o braguita náutica, como en mis tiempos se conocían estos bañadores, o juegos infantiles para llenar las horas muertas que a lo largo de un día de asueto se suceden. No tengo ni edad, ni cuerpo como para hacer nada de todas estas cosas, y lo mejor de todo ello es que no tengo la necesidad de cambiar mi estética para saberme liberado de mis responsabilidades diarias.
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Para terminar un dato: "Millenium", en cualquiera de sus tomos, ha sido el libro del verano. En cualquier hamaca, en cualquier toalla extendida, se veían en miles los tomos I, II y III. Los he visto en inglés, francés y alemán, ha sido un éxito editorial, pero más aún en gran éxito de marketing.

martes, 11 de agosto de 2009

Naranja. El color de nuestras vidas


Nunca llegue a pensar que importante iba a ser este color en nuestras vidas. No se trata además de un tema ligado a la moda, aunque me consta que es un color que se ha hecho muy popular durante estos dos últimos veranos. Me refiero a la importancia social que ha adquirido en nuestro país como símbolo de todas las alertas posibles y por haber.
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Llevo días escuchando y leyendo noticias, viendo mapas de colores, siendo testigo de la cantidad de riesgos que asumimos por el mero hecho de existir. Últimamente además he ido adquiriendo conciencia de que vivir cada día es un milagro mayor, un don del que disfrutamos sin ser enteramente conscientes del regalo que nos han hecho y del trabajo que le supone a nuestro estado mantenerlo con nuestro agradecimiento, o muy a pesar de nosotros, seres inconscientes que nos lo jugamos en cada esquina, en cualquier momento del día.
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Hemos pasado de estar en alerta naranja en la mayoría de las provincias españolas por la ola de calor, a pasar a alerta naranja también por el riesgo de lluvias torrenciales, alerta naranja por tormentas de granizo, alerta naranja por posibles vientos huracanados y alerta naranja por cualquier fenómeno meteorológico todos ellos caprichos de la naturaleza. Parece como si desde hace unos años nuestras vidas están sujetas a riesgos que nunca antes se habían presentado. Llover, granizar, padecer las típicas tormentas de verano, se han convertido en amenazas mortales para los ciudadanos. No estoy seguro, pero tengo la impresión que todos nuestros mayores han debido ser unos inconscientes, han debido vivir la vida pendiente de un hilo las 24 horas del día, nunca han conocido el riesgo que les suponía una concentración de chubascos más allá de 25 o 30 litros por metro cuadrado. Deberían ser suicidas potenciales que se arriesgaban a salir y entrar de sus casas sin la menor información sobre todas estas alertas y muchas más que se cernían sobre sus vidas. Es posible que ellos vivieran la vida en blanco y negro y de ahí la dificultad de avisar de las alertas naranjas que les acechaban a la vuelta de cada esquina.
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Dentro de unos días tenía planeado salir de vacaciones a una playa andaluza, pero ya no sé que hacer. Tengo la sensación que me veré inmerso en un continuo riesgo, que estaré viviendo una situación continuada de alerta naranja. No sé si me tocará por el calor, si por las lluvias, el granizo, los vientos o las tormentas. Asumir tal responsabilidad en nombre de mi familia me produce una angustia y pesadumbre difícil de soportar. También pienso que si me quedo en casa el riesgo de alerta naranja seguirá siendo el mismo, y por los mismos motivos. Menuda encrucijada en la que me encuentro.
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Creo que finalmente voy a volver a la era de la desinformación, a la época del blanco y negro, no ver la vida de forma tan cromática como la actual seguro que me ayuda a liarme la manta a la cabeza y marcharme los días previstos a la playa.
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Una cosas si os digo, entre mi vestuario de verano será imposible encontrar una prenda de color naranja, es un color que me produce angustia.
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lunes, 10 de agosto de 2009

Que poco dura la alegría en casa del pobre.


Y yo que hace escasos dos días me había entronizado como el Rey de la Pereza. Qué tan feliz me prometía tres semanas enteras sin dar un golpe, sin trabajar, sin pensar sin hacer nada. Del género tonto es lo mío, parece mentira que no me conozca, que no conozca lo que en mi entorno sucede. Oficialmente hoy era mi primer día de vacaciones, normalmente hacemos todos el truco del fin de semana anterior que no nos cuenta y alargamos dos días más el periodo vacacional, y desgraciadamente llevo desde la hora de la comida enganchado al teléfono e intentando poner en marcha dos posibles nuevos negocios. ¡Qué iluso.!
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Y lo peor es que no aprendo nunca, llevo así varios veranos, uno tras otro desde hace ya muchos años la promesa inicial de no trabajar en vacaciones la rompo en el primer instante. No me considero un enfermo del trabajo, un workalcoholic que tan de moda está. Intento racionalizar mis esfuerzos, mis dedicaciones, mis compromisos en los momentos que corresponden y que son muchos a lo largo del año, pero soy incapaz de no atender una llamada de un cliente, de un posible nuevo cliente, pensando además que es bueno para mi empresa y que por eso me pagan. Siempre me puede el mal entendido sentido del deber y termino arruinando las vacaciones mías y de la gente de mi entorno. Hoy lo que más me ha molestado es que estaba comiendo con mis hijos, para mi todo un lujo que pocas veces puedo hacer a lo largo del año, una comida a tres compartiendo sus cosas, hablando de todo lo que está siempre pendiente por mi parte, disfrutando de ellos, observando como sin darme cuenta se hacen mayores y sin apenas haber vivido con ellos todas las inquietudes que a lo largo de los días les niego, o mejor dicho me niego a mi mismo.
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Todo ha empezado con una llamada, después otra y otra más, vuelta a casa envía un email y otro, recibe la información, nunca es correcta, nunca está completa, busca a alguien que te ayude, nunca los encuentras en los momentos que los necesitas, ellos si están de vacaciones y hacen bien. Al final recurres a los mismos de siempre, a los que como tú están de vacaciones pero siempre trabajan, les comprometes y te sientes aun peor. Mañana igual una escapada a la oficina, sólo por un par de horas, ya no me lo creo ni yo mismo según lo escribo, puesta en marcha del proyecto y durante el resto de las vacaciones seguimiento, llamadas, nuevos emails y seguro que más problemas.
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He vuelto a ser derrocado por la virtud de la diligencia, por la estupidez innata en mi. Mi reino ha durado un suspiro, justo el tiempo en el que espira el fin de semana. De rey a plebeyo. Adiós a la flojera, a la holgazanería, a la gandulería, a la haraganería. He vuelto al tajo y todavía no me había quitado las telas de araña del curso ya terminado.
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En vista de la derrota, una nueva en mi interminable lista, aquí me tenéis de nuevo y me temo que aquí me encontraréis durante muchos días de este verano, de estas mis vacaciones. Puestos a estar, no me parece mala idea venir aquí aunque sea de vez en vez, para quejarme como hoy, o para contaros cualquier otra cosa que durante estos días sucedan.
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sábado, 8 de agosto de 2009

Pereza


Estoy de vacaciones. Tres semanas por delante para no hacer nada. Tres semanas enteras para intentar descansar de un "curso" duro, muy duro, con muy pocos resultados profesionales, pero con un desgaste como hace tiempo no había vivido, tres semanas para intentar olvidar meses de esfuerzo, de trabajo y de sinsabores. Tres semanas, con sus veintiún días completos para disfrutar del placer de no tener que hacer nada más que aquello que en cada momento me pueda apetecer. Tres semanas para leer, escribir, pasear, para estar con mis hijos e intentar recuperar parte del tiempo que me pierdo cada día de ellos, para hacer un poco de deporte, oír música, incluso bañarme en la piscina con un poco más de frecuencia de lo habitual.
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Pero la verdad es que de momento lo único que quiero es no hacer nada. Lo único que persigo es disfrutar de uno de los siete pecados capitales, la pereza. Seguro que no es nada edificante, seguro que como tal pecado que es debe ser malo, muy malo, pero si he de elegir en estos momentos enemistarme con Dios, no se me ocurre mejor elección. He mirado sinónimos del término, y tanto me vale el cuarto de los pecados capitales como: gandulería, flojera, haraganería, holgazanería. Estoy dispuesto a asumir todos y cada uno de ellos, al menos durante unos días, sin remordimiento, sin acto de contrición. Además voy a alejar de mi la tentación de redimir mi bajo instinto combatiendo este sentimiento con la virtud de la diligencia, reconocida en el Catecismo de la Iglesia católica y romana como la virtuosa herramienta para combatir tan atroz pecado.
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Voy a hacer de la pereza mi bandera, mi patria, mi himno, mi refugio, mi hogar. Voy a ser el mayor de los holgazanes, de los haraganos, flojos y gandules. Me corono pues, este verano, como el Rey de todos ellos. Seré su líder espiritual y material, seré el espejo donde han de mirarse los ejércitos de miles de seguidores, pecadores todos ellos contra este vicio capital. Hoy ejerzo mi poder y como primer edicto de este mi nuevo reino, promulgo el derecho y el deber de no hacer nada.
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Y para ser consecuente con lo que aquí proclamo termino aquí esto que hoy he empezado a escribir lleno de flojera, invadido por la mayor de las perezas y holgazanería. Si no vuelvo hasta terminadas mis vacaciones, no dudéis que será fruto de que instalado en el trono de mi nuevo reino estoy disfrutando sin un ápice de remordimiento de no hacer nada.
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Disfrutar de vuestro verano y saber que siempre seréis bienvenidos a engordar las filas de este mi reino, de este vuestro reino si así lo decidís.
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No puedo quitar mis ojos de ti (Alba Molina y Andrea Lutz )